SÍ NOS REPRESENTAN

(ATTAC España 30/03/2013)

Esther Vivas – Consejo Científico de ATTAC España

A menudo las palabras nos separan más que nos unen. No sólo se privatizan muchos ámbitos de nuestra vida cotidiana sino también los conceptos y su significado. Ha pasado con términos asociados a cambio y a mejoras: solidaridad, verde, revolución, sostenibilidad, cooperación… que se han convertido en "adjetivos marca" al servicio del marketing empresarial. Y lo mismo le ha sucedido a la política. Sin olvidar el maltrecho concepto de democracia, largamente apropiado por quienes, en realidad, la han vaciado de contenido.

¿Qué entendemos por política? ¿Política para qué y en manos de quiénes? Nos han educado para pensar que la política es algo que se hace en las instituciones, una profesión con la que alguna gente gana dinero, y, de tanto en tanto, amaña contratos para sus amigos y familiares. Un asunto que no nos concierne y que hay que dejar a una minoría profesionalizada. Algo aburrido, pero necesario, que está allí y de lo cual algunos, a quienes votamos cada cuatro años, se encargan. Esa es la política que quienes mandan necesitan. Una "política florero".

Pero, como dice el refrán, "todo lo bueno se acaba" y a los de arriba se les va terminando el "chollo". La crisis, que estalló en septiembre del 2008, y, en particular,  las medidas de austeridad y de salida a la misma que han dado los gobiernos, a distinta escala, ha significado un reinterés social por la política. Aunque no nos confundamos, no por la "política" oficial. La gente no quiere más "política escaparate" ni más "política-ficción". La gente exige una política de verdad, la de la calle.

La emergencia del 15M, de l@s indignad@s, significó precisamente eso. Un estallido de entusiasmo, necesidad y urgencia por reapropiarnos de los asuntos colectivos, largamente secuestrados en las instituciones. Frente a las medidas de recortes, ajustes, endeudamiento, privatizaciones… la respuesta era clara "la crisis que la paguen los que la han creado", "no hay pan para tanto chorizo", "no somos mercancías en manos de políticos y banqueros". Y mucho más. El imaginario colectivo empezó a cambiar y nos volvimos a sentir dueños de nuestras vidas. Eso que tan bien sintetizaban unas pocas palabras del movimiento: "Junt@s podemos".

A mayor desafección más hambre de política real. He aquí la paradoja. Y de este modo reivindicamos la política, como la lucha cotidiana por nuestros derechos. La de quienes luchan contra los desahucios, contra el robo de las preferentes, contra las tijeras que todo lo recortan, contra el sexismo y la homofobia. La que construyen quienes trabajan por un sindicalismo combativo, por unos barrios "vivibles", por un mundo rural. Una política que estaba allí, como una nota a pie de página, y que ahora reclamamos en mayúsculas.

Hoy, tras el paro y los problemas de índole económica, las principales preocupaciones de las y los ciudadanos en el Estado español son, como recogía el último barómetro del CIS de enero de 2013, los partidos y la corrupción. El bipartidismo empieza a hacerse añicos y muchos que nunca antes se habían planteado qué hacer si un día "se van todos" ahora se lo preguntan. Las maquinarias electorales, que hasta ahora sostenían el sistema actual, se agotan a marchas forzadas. Y la gente de la calle frente a una situación de necesidad confía más, como señalaba una reciente encuesta de El País, en la Plataforma de Afectados por las Hipotecas y las ONGs que en el Gobierno, el PSOE y el resto de partidos.

En los albores del 15M y la ocupación de las plazas, una de las consignas más repetidas era "no nos representan". Y así se ha demostrado. No nos representan quienes nos roban, nos venden, nos recortan, nos mienten y nos golpean.  Pero, en cambio, sí nos representan quienes luchan y desobedecen, quienes ocupan hospitales, escuelas, bancos, supermercados, universidades, y desafían leyes y políticas injustas.

Y a pesar de que han intentando estigmatizar a quienes protestan, criminalizarlos y reprimirlos, no lo han conseguido. Su estrategia no ha hecho mella. Al contrario, a más balas de goma, a más ojos "robados", más indignación, más rebeldía y más desobediencia, pese a quien pese. Como decía V, en la película 'V de Vendetta': "Bajo esta máscara hay algo más que carne y hueso. Bajo esta máscara hay unos ideales. Y los ideales son a prueba de bala". Así es. Porque, ya sea en la vida real o en la gran pantalla: tod@s somos V. La fuerza de la gente.

Artículo publicado en Público.es
http://esthervivas.com/

UNIDAD CIUDADANA

(ATTAC España, 23/03/2013)

Juan Torres López  — Consejo Científico de ATTAC España

Hace ya cinco años que la crisis empezó a mostrarse con todo su vigor y que los economistas más críticos comenzamos a advertir de lo que se venía encima. Desde entonces hemos venido analizándola, haciendo propuestas constantes y señalando sus peligros y las circunstancias más favorables que había que tratar de crear para poder hacerle frente mejorando en la mayor medida de lo posible el bienestar de las personas. En un artículo que publiqué el 10 de septiembre de 2007 exponía la que me parecía que la verdadera naturaleza de la crisis y decía que había alternativas pero que no podrían llevarse a cabo "si los ciudadanos no son capaces de negar el estado de cosas actual, de imponer su voluntad sobre la de los mercados en donde gobiernan los poderosos y para ello es preciso no solo que sean conscientes de la naturaleza real de estos problemas económicos sino que tengan el poder suficiente para convertir sus intereses en voluntades sociales y éstas en decisiones políticas". Mensajes parecidos, si no idénticos, divulgaron otros economistas, asociaciones, sindicatos y organizaciones de todo tipo.

Pero a pesar de saber desde el principio lo que iba a suceder y de disponer de suficiente información y de conocer las alternativas, lo cierto es que no se ha conseguido articular la fuerza social y política suficiente para frenar los recortes sociales y el desmantelamiento de la democracia.

Es cierto que se han llevado a cabo experiencias novedosas y rompedoras, como el 15-M o los movimientos de indignados en otros lugares del mundo, que ha habido más unidad de acción que nunca, que el número de personas que acude a actos, conferencias, seminarios, reuniones en plazas, manifestaciones, etc. es mucho más elevado que antes de la crisis. Y creo que igualmente es cierto (o al menos yo lo percibo) que hay un "deseo" de que la respuesta social vaya a más, de involucrarse y de ayudar a que cuajen alternativas que pongan fin a lo que está pasando.

Hemos avanzado, es verdad, pero no lo suficiente. No podemos olvidar que vivimos en situación de emergencia, que muchos de los cambios que está llevando a cabo el Partido Popular (y que empezó a aplicar antes el Partido Socialista) pueden ser irreversibles durante muchos años, y que no hemos sido capaces de evitar casi ni una sola de las grandes agresiones a los trabajadores, a los sectores sociales más débiles o a la ya de por sí débil democracia que tenemos. Que ni siquiera han cesado los desahucios, que la pobreza sigue aumentando, que cierran miles de pequeñas y medianas empresas perdiéndose con ellas miles de puestos de trabajo,… y que, muy posiblemente, todo eso no ha terminado, ni muchísimo menos.

¿Por qué no avanzamos?
Por eso que creo que es fundamental preguntarse por la razón de la impotencia, de la incapacidad para movilizar a toda la gente necesaria y sobre lo que se debería hacer para ser más efectivos frente a la agresión que tanta gente sufre y rechaza.

A mi juicio, la primera razón es que el neoliberalismo ha creado condiciones muy idóneas para multiplicar el número de personas que no se defienden a sí mismas porque el paro, la deuda, el trabajo precario, la pobreza, la doble jornada de las mujeres o la exclusión amedrentan a quienes los sufren. Ha creado seres humanos individualistas, que se aíslan, que actúan ensimismados, sin apenas capacidad para mirarse en los demás para descubrir que cada uno de nosotros es también el otro o la otra de alguien. Han destruido los lazos solidarios y, por tanto, se hace muy difícil que se den la coalición y el compañerismo.

En mi opinión, las corrientes progresistas, o simplemente opuestas a todos estos fenómenos de explotación y de deshumanización, no han sabido hacer frente a este nuevo tipo de sociedad y de seres humanos.

Por eso creo prioritario que todos estos sectores opuestos a lo que está pasando hablen y se dirijan de otro modo a la gente, con pedagogía y no desde la abstracción ideológica, para que puedan entender su discurso alternativo no solo los convencidos sino la gente humilde, la inmensa mayoría de la sociedad, enseñándole cómo le roban los bancos, las eléctricas, los políticos corruptos, cómo le mienten los grandes medios de comunicación, por qué le quieren quitar el médico del seguro para ponerle otro de pago o por qué dicen que hay que hacer recortes en aras de una falsa austeridad. Y llevando eso a un programa de acción política alternativa muy elemental, de justicia económica, de auténtica democracia, de independencia frente a potencias extranjeras y de castigo de los culpables.
La segunda causa de nuestra impotencia es la desunión. Es inconcebible que los sectores que están enfrentándose a la agresión neoliberal no logran ponerse acuerdo. ¿Como es posible que ahora mismo estén funcionando en España, cada uno por un lado, los sindicatos, las mesas de convergencia, las asambleas constituyentes, el Foro Cívico de Anguita, la cumbre social, los socialistas de izquierda, la convocatoria social de Izquierda Unida y otros partidos progresistas, el 15-M, las Mareas, el Partido X, más alguna otra plataforma que quizá no conozca, cuando en realidad todas proponen prácticamente lo mismo, es decir, frenar las agresiones que se están produciendo, evitar los recortes de derechos sociales y hacer que la crisis la paguen quienes la han provocado?

Es imprescindible que dejemos de lado lo que nos diferencia para hacer frente a un enemigo común, sobre todo, cuando también es un hecho que todos contemplamos al mismo enemigo: el capital financiero, los bancos, las grandes corporaciones empresariales, los grupos políticos, mediáticos, judiciales, etc. que los apoyan, y algo a lo que llaman democracia pero que no lo es.

Es impostergable promover ya la más amplia unidad ciudadana, de las plataformas, sindicatos, partidos, movimientos, organizaciones y personas que están en contra de la agresión que se viene realizando contra "los de abajo" para apoyar un acción unitaria de respuesta y de cambio.

Finalmente, no avanzamos porque quienes se enfrentan a las agresiones y recortes de derechos no terminan de articular una respuesta política efectiva capaz de frenarlas. Para conseguirlo no basta con organizar respuestas fuera de las instituciones. El poder "de la calle"  es insustituible pero también insuficiente. Los poderes que hoy día nos oprimen se quedan tan anchos si salen millones de personas a la calle un domingo y el lunes pueden seguir en el parlamento y el gobierno elaborando y aplicando sus leyes.

Tenemos que salir a la calle pero también tenemos que llevar la voluntad de la gente a los parlamentos y llegar al gobierno. Tenemos que ocupar el Congreso pero de verdad, haciendo que entren en él docenas de parlamentarias y parlamentarios de nuevo tipo para denunciar el poder oculto de banqueros y patronales que no se presentan nunca a las elecciones, para bloquear las agresiones legales que hacen desde allí y para promover y asegurar que se hagan otras más favorables para los trabajadores, para las gentes humildes, para la naturaleza, y para los pueblos más pobres del planeta.

Hay que meter al menos a 150 o 200 diputados y diputadas en el Congreso como auténticos representantes de la calle y de una nueva mayoría ciudadana. La inmensa mayoría de los que están allí no nos representan y se pueden echar fuera si nace un sujeto político que sea "otra cosa", de nuevo tipo, participativo, sometido a la voluntad colectiva y ajeno a los vicios de las viejas burocracias partidistas, si se organizan candidaturas ciudadanas con elecciones primarias de candidatos, con estatuto del diputado o diputada que contenga sus derechos económicos, políticos, los periodos de mandatos, el procedimiento de revocación, etc. y si no se forman como una simple sopas de letras sino como expresión de la movilización y del empoderamiento de la gente en la calle.

Propuestas
Los promotores de todas las plataformas que se han ido creado en estos últimos tiempos para hacer frente (estoy seguro de que con la mejor voluntad) a esta agresión deben acordar su disolución para promover la creación desde las bases de un nuevo espacio unitario de encuentro y movilización que recoja las actividades de todas las anteriores, que se abra en la mayor medida de lo posible a toda las sociedad y que obligue a que dimita un gobierno que incumple su programa y que es incapaz de solucionar los problemas de España.

Se debe elaborar y proponer un programa de mínimos que plantee la desobediencia civil ante tanta injusticia, que señale todo aquello por donde no estamos dispuestos a pasar y ofrezca alternativas.

Y hay que llamar y al mismo tiempo autoconvocarse para que la gente se organice desde la base para generar una auténtica red de ciudadanía comprometida y activa, protagonista de la vida política, que culmine en la preparación de nuevos modelos de candidaturas en todas las provincias con el objetivo de estar preparados para participar en las próximas elecciones con protocolos de actuación que salvaguarden la democracia deliberativa (que no tiene por qué entenderse como galimatías asambleario), la participación efectiva, elecciones primarias y que garanticen un nuevo modo de ejercer la representación ciudadana.

Finalmente, es muy importante que quienes promuevan estas acciones sean conscientes de que sus propuestas no deben hacerse pensando solo en las mujeres y hombres de izquierdas o de su misma sensibilidad ideológica o política sino para toda la sociedad.

De hecho, es materialmente imposible que las reformas urgentes que hoy día necesita España se puedan llevar a cabo solo por lo que tradicionalmente se sitúa en el campo de la izquierda. Hay sectores sociales y miles de personas que no tienen por qué sentirse ideológicamente identificados con los planteamientos filosóficos o políticos de quienes somos de izquierdas, pero que coinciden totalmente con las propuestas de regeneración y reconquista de los derechos que planteamos: que quieren que se pidan responsabilidades, que no se permita robar, que se combata la corrupción, que se garantice la financiación a la economía antes que los privilegios de la banca privada, que se facilite la creación de empresas y de empleo eliminando nuestra dependencia de las grandes multinacionales y grupos bancarios, que las instituciones se corresponsabilicen con el cuidado de los dependientes a través del gasto social o que se respete el medio natural por encima de todo.

Por eso es igualmente fundamental que ese nuevo sujeto político se abra a otras opciones que desean salir del régimen caduco de una transición que mantuvo prácticamente intacto el poder de los grupos oligárquicos y que ha ido degenerando la vida política y la democracia poco a poco. Hay que buscar y conformar alianzas amplias para regenerar nuestra sociedad y para avanzar hacia una institucionalidad diferente y plena y realmente democrática.

Me parece que todo esto es urgente y que para ponerlo en marcha solo hace falta que las personas normales y corrientes quieran comprometerse y actuar como lo que son, dueñas de sus destinos. En Sevilla y en otros puntos de España nos hemos empezado a auto convocar personas de diversas procedencia y sensibilidades que queremos cambiar y fomentar la unidad ciudadana. ¿Por qué no intentarlo cada vez con más gente y en más lugares?

Publicado en eldiario.es  Ganas de escribir

EL RAPTO DE EUROPA

(ATTAC ESPAÑA, 9/03/2013)

Clemente Hernández – ATTAC Alacant

El 23 de febrero cientos de miles de personas se manifestaban en España convocadas por la Marea Ciudadana bajo el lema "por la democracia, la libertad y los derechos sociales". El próximo 10 de marzo, la ciudadanía volverá a las calles, convocada por la Cumbre Social, gritando "contra el paro y la regeneración democrática", en una semana de protestas de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) y un crisol de organizaciones sociales (Alter Summit) que se manifestarán "contra la Europa de los mercaderes".

Todos esos lemas resumen la indignación de la ciudadanía, que sufre recortes de servicios públicos y del sistema universal de protección social; aumento del desempleo, reducción de salarios y deterioro de las condiciones de trabajo; y un trato injusto frente a tanta corruptela, fraude, despilfarro y malas prácticas que corroen las cúpulas del PP, de la CEOE o de varias empresas del Ibex, sin sanción y cambios legislativos reparadores.


Si la corrupción, despilfarro y fraude son pecados que tienen una mayor intensidad en los países del sur y este de Europa, no pueden servir de coartada para que los gobiernos del norte se desentiendan de su corresponsabilidad en la crisis económica y el deterioro de las condiciones de vida en toda la Unión. La CES y el Alter Summit reclaman una mayor justicia social, el fortalecimiento del Estado del Bienestar y la derogación del Pacto por la Estabilidad y el Crecimiento, que con su receta dogmática de austeridad y competencia salarial está precipitando a los trabajadores de toda Europa a un foso de pérdida de calidad de vida, incierto porvenir y desigualdades crecientes.


26 millones de parados; políticas que destruyen empleo y aumentan la concentración de la riqueza, la emigración y el miedo; una desigualdad en la renta familiar media que supera la relación 1:10 entre la región más pobre y la más rica de la UE; unos salarios mensuales que van de los 300 ? a los más de 100.000 para algunos profesionales; un peso cada vez mayor de las rentas del capital frente a los salarios; y un 23% de población en el umbral de la pobreza, frente a un 3% que pertenece a la casta de los millonarios. Estos son los datos del malestar que recorre Europa, y para los que no hay respuesta adecuada en las instituciones comunitarias y en los gobiernos nacionales.


El rescate bancario en Europa, que ha costado más del 13% del PIB de la UE ha incorporado leña a la hoguera, pues se han cubierto los riesgos de los prestamistas, que se beneficiaron del boom especulativo, con deuda pública de la que responden los contribuyentes europeos. Y en el caso de España, no solo hemos socializado las pérdidas del sector financiero, sino que hemos blindado sus créditos al sector público, pues intereses y amortización de sus préstamos están garantizados por la Constitución, caiga quien caiga, aunque para hacer frente a esos pagos se tengan que poner a la cola proveedores, cerrar servicios públicos, reducir drásticamente las prestaciones sociales y malvender o privatizar el patrimonio público.


Es inmoral exigir la garantía del pago de la deuda (en España, 40.000 millones de intereses al año y más de 300.000 millones que habrá que amortizar para cumplir el objetivo del 60% de deuda sobre el PIB que exige el Tratado de Lisboa), cuando las políticas de austeridad impuestas por Bruselas hacen imposible que ese coste se cubra sin deterioro de las condiciones de vida de la ciudadanía. Quitas y reestructuración de la deuda en algunos países; mancomunar la garantía de los depósitos, homogeneizar y elevar la fiscalidad directa y tasas que penalicen las transacciones especulativas; eurobonos, transferencias a las regiones con elevado desempleo y BCE que preste a Estados, son reformas imprescindibles si queremos evitar que la zona euro explosione.


Estas exigencias son las que la ciudadanía reclama al Gobierno español, para que las defienda en las reuniones del Consejo Europeo, aunque buena parte de los problemas que tenemos son responsabilidad exclusiva de nuestros gobernantes. El desprestigio y la pérdida de confianza en las cúpulas de los partidos mayoritarios es de tal magnitud que fortalecer la democracia exige, a estas alturas, una reforma constitucional y legislativa que satisfaga las aspiraciones de cohesión social, de participación ciudadana, de vínculo contractual de las promesas electorales, de transparencia y control de la gestión pública y de los partidos políticos, de separación de poderes o de ausencia de privilegios en las instituciones públicas.


Para nada de todo esto hay que pedir permiso a Europa, aunque sea de interés comunitario cómo lo resolvamos, pues de la calidad democrática de cada uno de los países de la UE depende el bienestar y la cohesión social de toda la Unión. Las recientes elecciones en Italia, como antes en Grecia, Francia o Portugal o las próximas en Alemania son de interés colectivo, no solo porque sus resultados afectan a la prima de riesgo o las expectativas de empleo en terceros países, sino porque son esos gobiernos los que finalmente negocian en la Comisión Europea las reglas de juego que imperan en un espacio sin fronteras para las mercancías, los capitales y las personas.


Legislar por fanáticos del neoliberalismo o bajo la presión de sospechosos de corruptelas y nepotismo, sean del país que sean, no augura nada bueno para la ciudadanía, ni en Alicante, Madrid, Bruselas o Berlín.

RECUPERAR LA POLÍTICA ECONÓMICA

(ATTAC ESPAÑA, 7/03/2013)

Alejandro Nadal – Consejo Científico de ATTAC España

Para decirlo suavemente, el desempeño del capitalismo a escala mundial ha dejado mucho que desear. De manera más clara, frente a nuestros ojos tenemos un desastre desarrollándose en cámara lenta. No sólo el crecimiento ha sido mediocre y el problema de la desigualdad se ha agravado, sino que las crisis se hicieron más comunes y agudas. Los desequilibrios económicos mundiales se intensificaron y hoy constituyen uno de los factores más importantes de inestabilidad e incertidumbre. El sector financiero se expandió de manera absurda y en lugar de que las agencias reguladoras le tengan bajo control, pudo someter a la política económica a sus necesidades.

Frente a este panorama se fue consolidando algo muy engañoso: la idea de que las economías nacionales son entidades que se auto-regulan, que mantienen equilibrios saludables y casi bajo ninguna circunstancia requieren de la intervención del gobierno para enderezar el camino. Esta idea es muy vieja entre los economistas que mantuvieron la fe en las virtudes del mercado. Esos economistas en muchos casos estuvieron muy bien apoyados por contribuciones millonarias que les permitieron amplificar el mensaje sobre la libertad de los mercados. Un buen ejemplo es el de Milton Friedman y, en especial, en su libro Capitalismo y libertad, pieza literaria de extraordinaria debilidad intelectual y brutal virulencia ideológica. No por nada fue uno de los libros de cabecera de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

Esa idea permitió el renacimiento de la vieja idea (pre-Keynesiana) de que los gobiernos no pueden y no deben intentar perseguir objetivos como el crecimiento o el pleno empleo. De acuerdo con esa visión de las cosas un gobierno debe limitarse a controlar la oferta monetaria y a mantener un equilibrio en las cuentas fiscales con el fin de allanar el camino a la inversión privada que, guiada por el supuestamente eficaz mecanismo de mercado, permitiría alcanzar senderos de crecimiento estable. Personajes como Robert Lucas, con su esquema aberrante de expectativas racionales (una entelequia que equivale a decir que en la economía no hay incertidumbre) contribuyeron a dar una supuesta legitimidad científica a modelos inconsistentes.

El capitalismo no configura economías bien portadas con armonía social y prosperidad compartida. La inestabilidad de sus principales agregados es su rasgo esencial. Una de sus características más peligrosas es su capacidad para mantener altos niveles de desempleo durante prolongados periodos de tiempo. Finalmente, es en los periodos de aparente calma y estabilidad cuando se gestan en su seno las severas crisis que han marcado toda su historia.

Por eso, en una economía capitalista se necesita un gobierno capaz de determinar el nivel óptimo de gasto para estabilizar la inversión, el crecimiento y el empleo. Esto requiere definir y aplicar un nivel adecuado de imposición fiscal y la correcta asignación de un gasto público conforme a las prioridades que un esquema democrático determine. Al mismo tiempo, se requiere que el gobierno tenga la capacidad de financiar un desequilibrio entre el gasto público y los ingresos fiscales a través del banco central. Finalmente, para evitar que una economía capitalista termine por explotar en una crisis terminal, el gobierno debe estar dotado de instrumentos regulatorios sobre el sistema financiero y bancario. Al fin de cuentas, las funciones de creación monetaria deben estar sometidas al control de agencias públicas sujetas a una responsabilidad política ante órganos democráticamente electos.

Uno de los objetivos centrales de la política económica es establecer los parámetros de la distribución del ingreso pues el salario no es un precio que se fija en un imaginario mercado laboral. Sólo en un marco de política económica responsable es posible determinar el nivel adecuado de otras variables clave de la vida económica como la tasa de interés y el tipo de cambio. La primera no es el precio que permite un equilibrio en el inexistente mercado de 'fondos prestables'. El segundo no es el mecanismo de ajuste del desequilibrio en la balanza comercial.

Los tratados de libre comercio y de integración económica en el mundo neoliberal son instrumentos para eliminar la política económica. En Europa los tratados de Maastricht y Lisboa son los mejores ejemplos. Su objetivo fue dotar a los países signatarios de una moneda común al tiempo que se les imponía un candado en materia de política fiscal. Ese esquema no sólo les impide emitir su propia moneda, decidir sobre el tipo de cambio o la tasa de interés. Tampoco podían determinar el nivel de gasto que consideraran necesario. Todo eso redujo a los países de la eurozona al nivel de regiones subordinadas a una autoridad central.

El capitalismo con crecimiento estable y salarios reales en expansión es cosa del pasado. Lo de hoy es el estancamiento, el desempleo masivo y la pobreza. Urge recuperar la política económica para por lo menos intentar subsanar las carencias más groseras del capitalismo.

Artículo publicado en La Jornada

¿ES POSIBLE UNA EMPRESA PROGRESISTA?

(DiarioProgresista.es, 7/03/2013)

José Luis Almunia

La pregunta no es fácil de responder. ¿Qué podríamos entender por una empresa progresista? Si se lo preguntamos a los empresarios y directivos de las empresas españolas, estoy seguro que responderán: una empresa progresista es una empresa que gana cada vez más dinero, o sea progresa, que es cada vez más grande, que se come a su competencia y que participa más en su mercado, siendo líder o, gran sueño, casi monopolística o sin casi.
Por supuesto, nadie hará referencia a la satisfacción de las personas que trabajan en ella, a hacer más feliz al entorno o comunidad en la que se incardina la empresa, en servir y satisfacer a sus clientes y proveedores (que sin ellos tampoco hay empresa) incluso si para eso hay que perder dinero o ganar algo menos en alguna ocasión. ¿Eso es progresismo! ¡Menuda tontería! Pero de tontería nada. Seguidamente desarrollo de forma esquemática tres rasgos del progresismo empresarial, que poco y nada costaría implementar en nuestras organizaciones, sólo la voluntad de hacerlo (cosa que tal vez sea un precio demasiado elevado para nuestros empresarios y directivos).
Sin embargo, cuando examinamos a aquellas empresas, que en España también las hay, que han optado por el verdadero progresismo, sin ser protagonistas ni estar en el candelero mediático de forma constante, vemos que son más estables, más rentables y las personas que en ella trabajan están más satisfechas. Han aprendido algo muy importante, un axioma fundamental en el mundo empresarial: las personas satisfechas rinden más. Ese es un principio progresista importantísimo para la empresa, hacer que sus colaboradores se sientan satisfechos. ¿Cómo lo hacen? Desarrollando el primero de los tres rasgos progresistas que he anunciado: cambiar el control de errores por el control de aciertos. Los directivos suelen sentarse en sus despachos y no dicen nada a nadie, salvo las instrucciones de rutina, hasta que no se cometa un error. Entonces echarán mano del castigo para corregirlo. Sin embargo, hay quienes piensan progresistamente, que es mejor controlar los aciertos, sin por ello dejar de corregir los errores. Esos directivos progresistas se plantean como obligación sorprender a sus colaboradores, a todos, haciendo algo bien y felicitarlos por ese bien hacer. Con ello, las personas tienden a hacer las cosas bien. Uno de los grandes problemas de nuestras empresas es que los buenos trabajadores que hay en ellas, que los hay a montones, se desmotivan porque sienten que da igual que hagan las cosas mal, regular o bien; nadie se preocupa por ello. Una empresa progresista sería aquella que premia el éxito y no simplemente castiga el error.

El segundo rasgos progresista es aceptar, en una adaptación empresarial algo compleja, la teoría de Lynn Margulis, que simplificada viene a decir que la vida se abrió camino por colaboración y no por competencia. Con ello se carga la teoría darwiniana y abre otras expectativas para entender nuestra existencia. Las empresas progresistas son aquellas que no están siempre en guerra con su competencia, sino que entienden que es mejor la colaboración que la lucha. Si en una calle, por poner un ejemplo simplista, hay dos tiendas que venden más o menso lo mismo, es poco eficaz luchar entre ellas, pues posiblemente se destruirán las dos (está pasando con harta frecuencia). Es mejor colaborar y al final el cliente decidirá en cual de las dos comprar, cosa que siempre ha sido así y así seguirá siendo siempre: el cliente decide. Pero si las dos tiendas compran juntas sus bolsas de plástico, la electricidad, los seguros, el transporte, el combustible, limpieza, escaparatismo y tantas otras cosas, colaborarán, ahorrarán muchísimo dinero y al final será el cliente quien decidirá comprar en una o en otra. Las empresas progresistas tienen claro ese rasgo: colaboración siempre, por encima de competencia. Además, nunca hay dos productos iguales, siempre hay características diferenciales, incluso en cosas tan homogéneas como pueden ser las labores de tabaco hay diferencias: el dependiente, el ambiente del estanco, el escaparate, la calle en que está ubicado… Menos competencia, menos lucha entre empresas y más colaboración. Con ello ganaremos más, mucho más.

El tercer rasgo progresista es tener entre los objetivos sociales de la empresa la felicidad de las personas que allí trabajan. Me impresionó muchísimo Japón cuando fui por primera vez en los setenta del siglo pasado a dictar varios cursos y descubrí que en todas las empresas de aquel país, además del objetivo social específico de cada uno, se incluye “el engrandecimiento del Japón”. Les pregunté si ese engrandecimiento implicaba también al personal que trabaja, a lo que respondieron que por supuesto que sí, que Japón no es un territorio, sino un hogar habitado por japoneses. Creo que es interesante reflexionar sobre esto. Las empresas progresistas no piensan exclusivamente en la propiedad, con los adheridos a la misma (los directivos y ejecutivos), sino también en todo el cuerpo social que la componen: proveedores, empleados, clientes y comunidad en la que están asentadas. Entre sus objetivos está la satisfacción de sus empleados y la máxima estabilidad en el empleo de los mismos. Por supuesto, no estoy hablando de crear un paraíso en el que no haya problemas. Problemas habrá y muchos, pero se abordarán de una forma harto diferente si los objetivos de la empresa es la felicidad de las personas o el acaparamiento incontrolado de riquezas. Las empresas que han optado por este paradigma, cuando las cosas vienen mal dadas, como nos está sucediendo ahora, tienen muchísima más capacidad de resistencia, mucho más muelle. Si no creen en estas afirmaciones, tan sólo hay que analizar a aquellas empresas que donan a fundaciones, colaboran y aportan riqueza a su comunidad y tienen un clima laboral de alta satisfacción. Las hay, les puedo asegurar que las hay. Pero también tengo que confesarles que son pocas, demasiado pocas para lo que necesita, y con urgencia, este país en estos momentos.

DICTADURA EN EUROPA

(ATTAC España, 4/03/2013)


Juan Torres López – Consejo Científico de ATTAC España

No habían pasado ni veinticuatro horas del cierre de las urnas en Italia cuando Angela Merkel dictó lo que hay que seguir haciendo allí. El portavoz de su partido afirmó que "sea cual sea el Gobierno que se forme sólo admitirá un camino a seguir, el de las reformas de Monti". Y su ministro de Economía ha reiterado que no hay más alternativas que las medidas que llevaba a cabo el presidente-banquero que ahora acaba de perder estrepitosamente las elecciones.

No hay forma más clara de señalar que lo que hayan dicho los ciudadanos a través del voto le importa un rábano a quienes hoy día han convertido Europa en una dictadura de facto.

En Europa se está desmantelando la democracia y es lógico que esto esté ocurriendo. Es la única manera que tienen las autoridades de garantizar que se puedan seguir aplicando políticas cuyo fracaso es indisimulable si no es para beneficiar a una minoría muy poderosa que vive de un modelo social muy desigual e injusto.

El informe de invierno que hace unos días presentó el Comisario de Economía, Olli Rehn, demuestra claramente que los resultados de las políticas que se vienen imponiendo son totalmente distintos a los que dijeron que se iban a conseguir cuando las anunciaban como nuestra salvación. Todo es al revés de como habían previsto: el crecimiento es menor, el paro ha aumentado, los bancos no financian, las empresas siguen cerrando, el déficit y la deuda crecen y en lugar de recuperarse, la economía europea entra en recesión.

Los daños sociales que esto ocasiona aumentan en todos los países sin excepción. Los indicadores que Eurostat, la oficina de estadística europea, ha presentado esta semana muestran que ya casi uno de cada cuatro europeos (24,2%) y un 27% de los jóvenes menores de 18 años está en riesgo de pobreza o exclusión social. Porcentajes que son terriblemente más altos en algunos países de la Unión, como Bulgaria (49,1 y 51,8%), donde la gente en la calle acaba de derribar al Gobierno. Y que alcanzan proporciones siderales cuando se dan en familias de bajos niveles de estudios. En este caso, el porcentaje de menores de 18 años en riesgo de pobreza monetaria en el conjunto de la Unión es del 49,2%, y del 76,2% en Chequia o del 78,3% en Rumanía. Incluso en países que siempre habíamos considerado la vanguardia del progreso está empezando a ser desorbitada la pobreza infantil y juvenil en familias con bajo nivel de estudios: 54,4% en Suecia, 52,5% en Francia o 55,1% en Alemania. Lo único que avanza en Europa es la concentración de la renta y el peso de las rentas del capital en el conjunto de los ingresos.

Y el problema mayor que todo esto está produciendo es que el deterioro económico está dejando de ser coyuntural. Estamos a punto de cruzar una frontera a partir de la cual los daños, en forma de destrucción de tejido empresarial, de empleo, de innovación y de capital físico, social, investigador y humano para la inversión futura, serán irreversibles. Por eso es dramático que los líderes europeos se cierren en banda ante cualquier atisbo de reforma que no sean las que ellos pregonan como representantes de los grandes capitales, cuyos negocios ayudan a gestionar ya sea en el ámbito público o en el privado a través de las puertas giratorias que tan bien funcionan bajo su mandato.

Alemania está cometiendo con Europa el mismo error que cometieron con ella los países europeos que la vencieron en la Primera guerra mundial. Entonces, se le impuso una política de reparaciones que creó el demonio que años más tarde incendió a todo el continente y ahora los alemanes se empeñan en imponer una política de austeridad que no solo es injusta y torpe sino que es imposible que pueda ser exitosa. De nuevo prenden fuego a Europa.

Los reclamos alemanes para que los demás países sigan reduciendo salarios y exporten cada vez más son sencillamente estúpidos. Es materialmente inviable que todos los países se especialicen de la misma forma y que todos puedan tener ventajas si se dedican a desarrollar la misma estrategia. Es un engaño, porque oculta que así solo se benefician las grandes corporaciones exportadoras a costa de empobrecer a todo el mercado interno europeo. Y el empeño en reducir gastos públicos es paranoico porque lo que de verdad genera cada día más deuda son los intereses por culpa de un banco central europeo que no lo es.

Lo impresionante, sin embargo, es que no haya reacción potente de los Gobiernos europeos de países que contemplan cómo esta estrategia hunde sus economías y destroza a sus sociedades. Incluso el de una gran potencia como Francia la asume sin apenas rechistar. España tiene peso suficiente en Europa como para forzar cambios, pero ni siquiera se intenta. Y así uno detrás de otro, pues no parece que al nuevo Gobierno italiano se le vaya a dar mucha capacidad de maniobra.

Las imposiciones de Merkel y del capital alemán son ya mucho más que un empeño ideológico. No vale con recurrir otra vez al santo temor alemán a la inflación o a su concepto pecaminoso de deuda. Son sus políticas las que alientan un poder de mercado que arrasa con el poder adquisitivo de la inmensa mayoría de las familias europeas o quienes imponen un banco central que es la fuente real del incremento de los déficit y la deuda.

Lo que hay detrás de todo esto es la decisión de salvaguardar el poder financiero por encima de cualquier otra voluntad y la voluntad firme de saltarse a la torera las preferencias de los pueblos, y de obviar lo que dicen en las urnas. Pero vamos a dejarnos de disimulos. Eso lo hemos conocido en Europa y se llama dictadura.

Artículo publicado en Sistema Digital Ganas de escribir

SE VA HASSEL. ES NUESTRO TURNO

(ATTAC España, 2/03/13)


Rosa María Artal – Comité de Apoyo de ATTAC España

Acaba de morir Sthèpane Hessel. Tenía 95 años. Su libro ¡Indignaos! ( 2011), 19 páginas, tamaño apenas de cuartilla, editado en Francia en una pequeña editorial y vendido a 3 euros, fue una sacudida que impregnó a medio mundo y caló particularmente en España. Un ataque frontal al neoliberalismo y sus políticas degradadoras, un llamamiento a la juventud para que tomara las riendas. Era un panfleto, el renacer del género y  apareció en España con prólogo de José Luis Sampedro vendiendo varios cientos de miles de ejemplares. Tenían la misma edad, unos meses menor Hessel que no ha llegado a cumplir los 96 en Octubre.

Sin apearse ni de la vida ni de su constante lucha, ambos hombres arrostraron los achaques lógicos de la avanzada vejez para dar una lección de empuje y coherencia. Eran muy distintos. Hessel se crió entre la intelectualidad -hijo de una pintora, mujer singular e inconformista, y de Jules, judío alemán traductor de Proust-, en la familia que dio origen a la película Jules et Jim de François Truffaut. Debido a su origen judío el joven Sthèpane fue detenido y recluido en los campos de concentración de Buchenwald y Dora-Mittelbaus, donde fue torturado. Lejos de salir vencido, siguió su lucha y en 1948 sería uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el anhelo de un mundo mejor. Sampedro, a la par, aspiraba en su niñez otras culturas en Tánger, para comenzar a trabajar a los 16 años ya en España, tras ganar una oposición a funcionario de aduanas, y escribir libros que aguardarían incluso más de cuatro décadas en ser publicados. Casi un siglo ambos de trayectoria plena e insobornable compromiso. La preocupación por la deriva de la sociedad actual les unió.

Juntos estuvieron en un acto en España, organizado por la embajada francesa. Largas colas, sobre todo de compatriotas de Hessel en un día de lluvia. Le veneraban. Estaba por encima de todos. No había otro en Francia como él, decían. "No, en España no sentís lo mismo por nadie", comentaron.

Hessel nos regaló "un pequeño prólogo también para Reacciona (2011), el libro que en España siguió su senda y que apareció casi simultáneamente a Indignaos. España se encontraba mucho peor, cobrábamos –sin ir más lejos- la mitad del sueldo de nuestros vecinos franceses. En aquél texto que coordiné, participaron José Luis Sampedro, Mayor Zaragoza, Baltasar Garzón, Ignacio Escolar, Àngels Martínez Castells, Lourdes Lucía, Juan Torres o Javier Pérez de Albéniz, entre otros. También fue muy influyente. Hessel abría la puerta a la convocatoria a hacer algo ante lo que nos sucedía:

"Frente a los peligros que enfrentan nuestras sociedades interdependientes, es tiempo de acción, de participación, de no resignarse. Es tiempo de democracia genuina.  Tiempo de movilizarse, de ser actores y no sólo espectadores impasibles, progresivamente uniformizados, gregarizados, obedientes".

Apenas han pasado dos años de aquellos días y parece una eternidad. Muy poco después arrancaría -y no por casualidad- el 15M como una eclosión de ciudadanía, llenando las plazas de España, enarbolando la indignación de Hessel. Luego llegó el cambio político en España, hacia más neoliberalismo. Luego llegó… mucha más injusticia, mucha más desesperación, indignación… dosificada. Decía Hessel que "la dificultad agudiza el ingenio".

Precisamos mucho del que ahora se va con el gran hombre francoalemán y universal. Sobre todo, el compromiso del que él nunca dimitió. Es necesario tomar el relevo. No son tiempos de desperdiciar la energía ni los terrenos ganados que se están yendo por un sumidero. El final de Indignaos cobra hoy todo su significado: "Una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen otro horizonte para nuestra juventud que el del consumo de masas, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos". Llamando "a los que harán el Siglo XXI" a la acción porque "Crear es resistir, resistir es crear". Él descansa ya, es nuestro turno.

Artículo publicado en eldiario.es El Periscopio

RENOVACIÓN Y UNIDAD DE LAS IZQUIERDAS SOCIALES Y POLÍTICAS

(Nueva Tribuna, 1/03/13)

Antonio Antón

Una alternativa progresista y de izquierdas
Frente a la gestión y la salida conservadora es preciso definir una alternativa progresista y de izquierdas. Sus rasgos generales están implícitos en las protestas y resistencias colectivas frente a la política de austeridad: una salida justa y democrática a la crisis socioeconómica y al déficit democrático del sistema político. En el proceso sociopolítico y el debate colectivo habrá que avanzar en sus rasgos concretos, condicionando los distintos equilibrios de poder. El obstáculo inmediato a vencer desde la óptica progresista es la actual política de austeridad impulsada por el bloque de poder dominante en la Unión Europea, representado por Merkel y sus aliados centroeuropeos.

Esa política, con su prioridad por el pago de la deuda de los acreedores financieros y la reducción drástica del gasto público, está demostrando su fracaso para asegurar la reactivación económica, la creación de empleo y el mantenimiento de un Estado de bienestar avanzado, particularmente, en los países europeos del sur periférico. Además, genera graves problemas de cohesión social, deslegitimación de las élites políticas y disminución de la calidad democrática de sus sistemas políticos.
La situación actual para las izquierdas, los movimientos sociales y los grupos progresistas, es defensiva. Es difícil conseguir a corto plazo una transformación profunda del sistema económico y político europeo (y mundial). Se trata, como primer paso, de evitar una derrota profunda (por goleada) y recuperar lo fundamental de lo perdido en los retrocesos actuales, sin resignarse a la pérdida de derechos democráticos, económicos y sociolaborales, a una reducción significativa de la calidad de vida de las capas populares y a un débil Estado social y democrático.

A ese equilibrio, más o menos inestable pero con una ruptura o derrota de la actual política de austeridad, le podemos llamar salida intermedia. Es un proceso complejo e incierto en diversos campos: en el institucional (europeo y de refuerzo de la política y la democracia frente a los mercados), económico (solidaridad o equilibrio norte-sur, distinto modelo productivo) y social (equilibrado, salvando los fundamentos básicos del modelo social). La diferenciación es, por un lado, con una pretendida continuidad con la actual dinámica con pequeñas correcciones que palien los riesgos más extremos (descohesión de las sociedades, ruptura de la UE, fuerte deslegitimación del sistema político, autoritarismo…) pero que consolide la actual estructura de poder liberal-conservador y la desigualdad social.

Por otro lado, tiene sentido elaborar y promover una apuesta de salida justa, democrática y socialmente avanzada, con el horizonte de una Europa más integrada y solidaria y un modelo social más progresista. Esta opción es inviable a corto plazo, tiene gran legitimidad social pero no reúne fuerzas sociales y políticas suficientes para su conquista inmediata. Y no sabemos si puede tener suficiente consistencia y estabilidad a medio plazo; no obstante, tiene importancia su definición y su apoyo social como orientación del camino a seguir, aun contando con fases intermedias.

Una parte de la población ve adecuada la fórmula de un gran pacto, político, económico y social para combatir la crisis económica. El problema principal a definir es su contenido, dado que en el actual contexto su orientación dominante sería regresiva. El primer elemento a negociar y concretar sería el cambio de la política de austeridad, con la prioridad de reducir el déficit público, por otra política que garantice la creación de empleo y asegure la suficiencia de los derechos sociolaborales y la calidad de vida de la mayoría de la población, así como la democratización del sistema político. Pero es la cuestión a la que se oponen las principales fuerzas económicas e institucionales en la Unión Europea y los países periféricos en particular. Por tanto, hoy, la fórmula adecuada sigue siendo erosionar y deslegitimar esa política y sus gestores, por parte de la ciudadanía activa y las fuerzas progresistas, como vía para permitir su cambio, al menos hacia esa salida intermedia o con un mínimo reequilibrio social y de poder.

Un interrogante es si es posible a medio plazo un gran pacto 'progresista' o suficientemente equilibrado que, en todo caso, vendría de impedir la ofensiva neoliberal y garantizar la recuperación de lo perdido por la ciudadanía. Ello requeriría duras, masivas y prolongadas resistencias o desafecciones ciudadanas, el desgaste sustantivo del bloque de poder dominante y el aval de las mayorías sociales europeas. No se trata de buscar ahora consensos o pactos globales aceptando la hegemonía liberal-conservadora y sus políticas regresivas.

Es precisa una profunda reorientación de la política económica, una amplia democratización del sistema político y, particularmente, la renovación y el fortalecimiento de las izquierdas y los movimientos sociales progresistas, es decir, consolidar una ciudadanía activa y una fuerza sociopolítica transformadora. Simplemente, para garantizar un 'empate', que puede conllevar un acuerdo amplio, la apuesta progresista debe ser un cambio profundo. En esa medida, se deberá comprobar de forma realista los nuevos equilibrios parciales o inestables que se puedan producir y, para ello, defender un programa económico creíble para ser aplicable y asegurar un reparto equitativo de los costes de la crisis, junto con una democratización del sistema político y mayor participación de la ciudadanía.

Bloque social y político de izquierdas
En el proceso de conformar una salida justa y democrática de la crisis económica, va a influir el impacto del factor socioeconómico (cohesión, desigualdad…) y el sociopolítico (indignación, presión social). En la tradición política de las izquierdas se definía al sujeto sociopolítico con algunos conceptos utilizados en el pasado que definían un campo amplio de alianzas y que vuelven a la actualidad en distintos países europeos: 'unidad de las izquierdas', 'coordinación y unidad progresista europea', 'bloque social o cívico alternativo', 'unidad popular activa'. No es nada nuevo, es la idea convencional de 'frente popular' de los años treinta o la 'unidad de la izquierda' de los partidos socialistas y, en general, de la izquierda democrática de los años setenta y ochenta, y posteriormente la experiencia de las izquierdas en ámbitos menores. Así, se puede definir como un bloque social y político progresista y de izquierdas, unitario y plural.

Ha sido aplicada en España en espacios locales y autonómicos con pactos entre PSOE e IU (Andalucía, Asturias…) o incluyendo a la izquierda nacionalista (ERC en el tripartito catalán, o BNG en Galicia). No obstante, en el plano estatal y condicionado con la ley electoral que privilegia el bipartidismo (corregido con los nacionalismos periféricos), la dirección del PSOE siempre ha renegado de esa posibilidad para formar gobiernos y ha priorizado sus acuerdos con los nacionalismos de derecha (PNV y CIU) o grandes consensos con la derecha del PP en las llamadas cuestiones de Estado.

En todo caso, esa idea genérica de una alianza amplia de las izquierdas y los sectores progresistas está en conflicto con el giro hacia el centro político y la prioridad de los vínculos con las clases medias que elaboró y siguió la tercera vía, particularmente los partidos socialdemócrata alemán y laborista británico, en los años noventa y primeros dos mil y que todavía es la referencia de la actual dirección del partido socialista. Por otra parte, ese tipo de alianzas necesitaría de adecuaciones al contexto actual, valorando, en primer lugar, las dificultades para la disponibilidad de las direcciones de los partidos socialistas por esa opción (más accesible en Francia).

Aun así, para avanzar en una solución progresista y parcialmente impuesta y/o pactada con representantes de los poderosos, al menos en el marco europeo, junto con el apoyo de una mayoría social en los países más significativos, quedaría por comprobar tres aspectos fundamentales: 1) el alcance de la involucración de los aparatos socialdemócratas (alemanes, pero también centroeuropeos y del sur); 2) la existencia o no de cierta solidaridad europea (superando intereses nacionales del norte), y 3) la participación de una fracción del poder económico e institucional (liberal).

El pacto social keynesiano, dominante en Europa en las tres décadas gloriosas, promovido por parte del poder económico e institucional europeo (y estadounidense) en el contexto de un fuerte protagonismo de la Unión Soviética y una importante presión social de las izquierdas y el movimiento sindical en diversos países europeos, permitió salir de la gran depresión de los años treinta, facilitó la expansión económica de la posguerra mundial y alumbró el Estado de bienestar.

Cabe hacerse algunos interrogantes para comprobar si ese equilibrio llamado modelo social europeo ha sido una excepción histórica condenada a la desaparición, retrocediendo a principios del siglo XX (o al siglo XIX) con el liberalismo económico, unas democracias débiles y la subordinación de las capas populares. O si, por el contrario, existen elementos que permitan aventurar un futuro menos regresivo y fatalista.

Para empezar ¿existe la posibilidad de un nuevo liderazgo en el seno de la representación del poder económico e institucional? ¿serán capaces unas nuevas élites de una racionalidad o una visión de los intereses del capital y la sociedad en su conjunto y a largo plazo, similar a la de Keynes y Roosevelt en su día? De momento, lo más parecido a ello, el tándem Hollande-Obama (con el añadido de otros miembros emergentes del G-20), parece insuficiente para conducir un giro significativo a la economía y la política mundial y europea.

La vieja política de austeridad demuestra su fracaso, pero la nueva política (de crecimiento o reequilibrio) no termina de aparecer; el bloque de poder que lo impide sigue siendo poderoso e impone, ante todo, la salvaguarda de sus intereses inmediatos desconsiderando las grandes repercusiones negativas para la sociedad y las fuentes de inestabilidad a medio y largo plazo.

La solución llamada intermedia también es inestable porque conlleva dos dinámicas divergentes: 1) la garantía a los 'poderosos' de control económico-social y hegemonía institucional, descartando un fortalecimiento y reequilibrio de las distintas corrientes de las izquierdas hacia posiciones más críticas y alternativas que puedan constituir un riesgo de inestabilidad para ellos; 2) la configuración de un bloque democrático-progresista, con fuerte presencia de la izquierda y dentro de ella de su ala izquierda y en pugna contra la fracción más neoliberal.

Es difícil pensar en un escenario o un desarrollo posterior de mayor y sostenida conflictividad social, ampliación del peso de una alternativa popular, un reequilibrio de fuerzas hacia la izquierda, una salida más equitativa a la crisis socioeconómica y una reversión de la involución política. Dejamos al margen otras fórmulas utilizadas en el pasado que ahora se utilizan en distintos ámbitos críticos de forma más o menos simbólica (revolución, ruptura radical antisistema…), pero que pueden confundir más que esclarecer las perspectivas del actual marco histórico. Se trata de pensar en un cambio social, político y económico profundo o una estrategia sociopolítica firme y prolongada de transformación de la sociedad y el sistema político. En ese sentido, se puede hablar de un 'reformismo progresista fuerte y democrático'.

Por supuesto, también cabe que se consolide la opción autoritaria, regresiva y destructiva de los movimientos populares progresistas y la izquierda crítica. No se puede asegurar la realización de una salida 'justa y progresista' o el acercamiento a un horizonte social más avanzado, muy improbable a corto plazo. La cuestión relevante ahora es que tiene sentido ampliar el apoyo social en torno a un proyecto democrático y transformador, para cohesionar y fortalecer a esa base social progresista y condicionar el proceso de conjunto.

Nuevas élites sociopolíticas progresistas
La corriente social de izquierdas o indignada, como base social crítica, tiene su fragilidad y sus límites. Existen muchas dificultades y problemas objetivos para avanzar en el fortalecimiento de una ciudadanía activa. Uno de los más importantes es, precisamente, las limitaciones de las élites (representantes o activistas), incluidas las intelectuales, cuya conformación exigen otras dinámicas y variables.

Se puede citar un aspecto específico: los elementos de debilidad, dispersión y falta de orientación de las élites asociativas progresistas, políticas, sindicales y de los movimientos y grupos sociales; así, es difícil la constitución y la unidad de una referencia moral, intelectual y política, con el consiguiente liderazgo. Se necesitaría superar cierto nihilismo o falta de compromiso solidario de las élites intelectuales progresistas, así como una fuerte innovación y renovación de las élites políticas y asociativas, difícil de prever. Es decir, en las élites sociopolíticas e intelectuales (españolas y europeas) existen insuficiencias en su calidad cultural (o ideológica y ética) y el desempeño de su función representativa, social y política que es preciso mejorar.

Es un debate abierto entre las distintas élites actuales, incluido el tema del declive de la socialdemocracia, la constitución de un amplio bloque político-electoral a su izquierda o la configuración de un potente movimiento social alternativo. Dentro de las izquierdas es conveniente un reequilibrio frente a la completa hegemonía que las corrientes socialdemócratas han tenido en las últimas décadas y el impulso de nuevas y renovadas agrupaciones de izquierda.

Por tanto, se combinan dos dinámicas: 1) desarrollar la unidad amplia con el conjunto de las izquierdas y sectores progresistas, y 2) ganar peso las corrientes políticas a la izquierda de la socialdemocracia, incluso el desarrollo de sectores más críticos en el interior de los partidos socialistas. Es un difícil equilibrio pero imprescindible entre unidad y diferenciación.

En los últimos tiempos ya se ha empezado a desarrollar ese desplazamiento social y electoral hacia la izquierda y la participación democrática en diversos países (por ejemplo, en Francia –Frente de izquierdas-, Alemania –Verdes e La Izquierda-, Grecia – Syriza- o la propia España –Izquierda plural-, evidente desde las elecciones locales y generales del año 2011). Su ampliación exige superar los respectivos intereses corporativos, inercias históricas, la mirada estrecha y a corto plazo o la búsqueda exclusiva en la legitimación respectiva de los grupos iniciales, y fortalecer una visión más integradora, unitaria y a medio plazo. Pero es pertinente ser consciente de ello, expresar esas deficiencias de forma constructiva y apuntar la necesidad de una reflexión colectiva y una respuesta abierta, sin sectarismos ni engreimiento.

La coyuntura histórica es diferente a las crisis de los años treinta y los años setenta, particularmente sobre la conformación de 'sujetos', campos sociopolíticos, teorías y élites. Las ideologías convencionales y los viejos esquemas no son válidos. Pero también queda superada la interpretación dominante en la socialdemocracia de final de los años noventa y primeros años dos mil: desarrollo socioeconómico sobre bases frágiles –burbuja-, reformismo débil bajo la hegemonía socialista y declive del conflicto social y el resto de izquierdas y movimientos sociales. Por tanto, hay que avanzar en una teoría social crítica que investigue adecuadamente los cambios del presente, interprete los factores sociopolíticos y sirva para transformar la realidad. Y, específicamente, avanzar en la renovación de las élites intelectuales y sociopolíticas, sobre todo en su comportamiento democrático, su capacidad crítica y su actitud ética de justicia social.