¿HA SIDO LA HUELGA GENERAL UN ÉXITO?

(Pijus economicus , 30/03/2012)

Alberto Garzón
29Msol


La dificultad de valorar si una movilización como una huelga general ha sido o no un éxito es notable, pues entre otras cosas depende del criterio que se utilice. Todos sabemos que ahora comenzará un baile de cifras entre la organización, que llevará al alza los números, y la delegación del gobierno de las diferentes provincias, que rebajará los datos reales. No hay forma empírica de conocer cuál ha sido el seguimiento de la huelga, cuestión que además no está directamente asociada a si estamos ante un éxito o un fracaso. Los indicadores de consumo eléctrico y de paralización de la actividad productiva pueden variar según otros factores y no son comparables directamente a los de otras épocas o manifestaciones. Tampoco existe forma precisa de cuantificar el número de asistentes a las manifestaciones. En definitiva, estamos ante una tarea complicada que se presta a interpretaciones interesadas.

Mi opinión es la siguiente: la huelga y las manifestaciones han sido un éxito porque han permitido la convergencia en la acción de numerosos colectivos que antes luchaban -si lo hacían- por separado. Y eso tiene implicaciones políticas muy importantes que me gustaría señalar.

No todo el mundo ha ido a la huelga, y ni siquiera la gente de izquierda en su totalidad ha podido o querido participar en ella. Esto atiende a dos razones fundamentales: el número de parados es tan grande que el miedo a perder el empleo se ha disparado, especialmente con las nuevas normas laborales ya vigentes; y la batalla ideológica se ha perdido en las últimas décadas, con lo cual mucha gente ha interiorizado un discurso ultraconservador y reaccionario que identifica la movilización social con obstaculización al normal desarrollo de una economía.

Pero por otra parte la huelga ha puesto de acuerdo, de facto, a organizaciones sociales que antes han operado aisladamente. La inmensa mayoría de sindicatos (CCOO, UGT, CGT, CNT, Ustea, etc.) han estado presentes en las manifestaciones y han estado también en los piquetes, trabajando conjuntamente. Los partidos políticos de izquierdas también han estado al pie del cañón. Siendo Izquierda Unida el partido más grande y visible en la huelga, también han estado el PCPE, Equo, Izquierda Anticapitalista e incluso muchos afiliados y cargos públicos del PSOE (si bien la ejecutiva federal de este partido desaconsejó participar en la huelga y sugirió limitarse a los gestos). Todo esto refleja, más allá del seguimiento preciso de la huelga, que se ha creado un polo de resistencia que aglutina al sector mayoritario de la sociedad.

Y digo sector mayoritario porque el Partido Popular ganó las elecciones con el 44% de los votos, pero su reforma laboral no cuenta con la aprobación de sus votantes (porque no estaba en su programa electoral, el cual aseguraba en muchos puntos lo contrario -como en lo referido al coste del despido-). Y muchos de los que han ido a trabajar son simpatizantes o incluso militantes de sindicatos o partidos que están movilizando a sus bases sociales. Esto significa una presión creciente sobre el gobierno y sus políticas de recortes y anulación de derechos laborales.

La huelga no puede perseguir sólo la derogación de la reforma laboral, sino que tiene que ir mucho más allá. Se trata de generar un polo de concienciación social que obstaculice las políticas de derechas que aplican desde la Unión Europea y el Gobierno de España. Lo cual es el paso imprescindible para tomar el poder y poner en marcha políticas alternativas. Este es un proceso lento, pero que ha comenzado ya al poner a tantas organizaciones de acuerdo en un mismo objetivo concreto.

Por estas razones no creo que sea importante el número preciso de manifestantes -que según mi impresión ha sobrepasado todas nuestras expectativas- sino el fondo de la cuestión. Tenemos a la gente movilizada de nuevo y se trata de seguir poniendo piedras en las ruedas de una bicicleta que nos lleva a la sociedad al desastre absoluto.

CRISIS, REFORMA LABORAL Y HUELGA GENERAL EN ESPAÑA

(La Jornada, 29/03/2012)

Marcos Roitman Rosenmann

Hace tres años saltaba a la prensa española una noticia, por decir lo menos, poco halagüeña. Los sindicatos mayoritarios, UGT y CCOO, daban por buena la mediación del gobierno con la empresa Nissan para la fabricación, en su planta de Barcelona, de la camioneta pick up. El origen de tal mediación se asentaba en el creciente rumor sobre el cierre de su filial barcelonesa y la apertura, en Marruecos, de otra planta similar, donde la mano de obra era más barata y la legislación laboral mucho más permisible y adecuada a los criterios empresariales de la trasnacional. Entre el miedo y la desesperación, las centrales sindicales decidieron aceptar unas condiciones draconianas, posteriormente ratificadas por 80 por ciento de la plantilla, a pesar de ser lesivas para los intereses de los trabajadores. El acuerdo era sencillo, se daba el visto bueno a una congelación salarial hasta el año 2014, aumentando la productividad en 6 por ciento y elevar el número de horas trabajadas a cambio de mantener el puesto de trabajo. Semanas más tarde, otra noticia vería la luz: Nissan-España desmiente el desmantelamiento de su planta en Barcelona. Los costes de instalación en Marruecos eran poco rentables. Quien divulgó la primera noticia no representaba a la política ni el espíritu de Nissan. En otras palabras, el rumor de cierre fue suficiente para generar un pánico entre los trabajadores y doblegar su voluntad, aceptando la propuesta consensuada entre el Ministerio de Industria y los sindicatos mayoritarios. Esta estrategia sirvió de ejemplo para el sector automotriz, y Renault, Seat, Opel y Peugeot la usaron. Pero si tuvo éxito, el PSOE, meditó y llegó a otra conclusión. ¿Por qué no realizar un real decreto ley que contemple dichos acuerdos y los legitime institucionalmente en todos los sectores productivos?

Así nació la ley de reforma laboral de 2010, impulsada por Rodríguez Zapatero, dando vía libre al despido procedente y objetivo, abriendo la puerta a una desarticulación de los derechos laborales protectores de la fuerza de trabajo y disminuyendo la capacidad de negociación colectiva de los sindicatos. Nuevamente los sindicatos se plegaron aceptando los cambios como un mal menor. Su justificación fue del mismo rango que el utilizado en Nissan. Si no firmamos el resultado sería peor. El argumento espurio bendijo la reforma Rodríguez Zapatero, aunque le costó una posterior huelga general, sin mayores repercusiones en lo sustancial. No se modificó el articulado.

En 2012, el Partido Popular (PP) da otra vuelta de tuerca y cierra el círculo de las anteriores reformas laborales. Las seis reformas laborales llevadas a cabo en España (1994, 1997, 2002, 2006, 2010 y 2012) han buscado consolidar el carácter temporal de la contratación, la flexibilización del mercado laboral, la desregulación y el abaratamiento del despido. Según expertos, más de 80 por ciento de los contratos realizados desde 1994 han caído bajo dicha modalidad. Para demostrar la continuidad entre la reforma del PSOE y el PP, basta contrastar el párrafo que permite el despido procedente y objetivo. El real decreto ley de 3/2010 decía: "Se entiende que existen causas económicas –para el despido objetivo– cuando de los resultados de la empresa se desprenda una situación negativa, en casos tales como la existencia de pérdidas actuales o previstas, o la disminución persistente de su nivel de ingresos, que puedan afectar a su viabilidad o su capacidad de mantener el volumen de empleo". La actual redacción del real decreto ley 3/2012, amplía las causas del despido objetivo al considerar como existencia de pérdidas actuales o previstas la disminución persistente de su nivel de ingresos o ventas. En todo caso se entenderá que la disminución es persistente si se producen durante tres trimestres consecutivos.

Para entender su dinámica interna hay que recurrir al estilo de desarrollo dependiente y trasnacional al cual se integró España en los años 60. El llamado milagro español fue una quimera. Su expansión se apoyó en el turismo, la banca, las remesas de la emigración habidas durante la dictadura franquista, y la construcción o el ladrillo. Muy a su pesar, España es un país primario-exportador, con escaso desarrollo industrial, poca inversión en I&D y un hipertrofiado sector servicios, el cual concentra 73 por ciento de todo el empleo. Los cambios políticos de los años 70 maquillaron esta realidad, pero fueron incapaces de revertirla. Los gobiernos de UCD, PSOE y PP han agravado esta situación, haciendo oídos sordos a la necesidad de generar inversión pública y políticas sociales inclusivas. La marca España, cacareada por unos y otros, es un espejismo. Es verdad y no se puede negar que a partir de los años 80 del siglo pasado, su economía mostró un elevado crecimiento económico pero no modificó las condiciones estructurales, por el contrario se conformó con modificar su apariencia externa, realizó un foto shop y vendió dicha imagen por el mundo. Igual creaba empleo, en momentos de bonanza, como los destruye, con la misma intensidad, en tiempos de crisis. Esta intensidad en la creación/destrucción de empleo es absolutamente atípica en términos de comparación internacional… si lo comparamos con la evolución del empleo en la Europa de los 15, vemos que de 1994 a 2005 en el conjunto de estos países, el empleo crece 12.5 por ciento, mientras en España lo hace en 42, casi cuatro veces más. Pues bien, la crisis actual es la crisis de ese crecimiento acelerado: una destrucción también acelerada. El resultado no puede ser más desalentador. En la actualidad la tasa de desempleo se sitúa en 22.85 por ciento e incluye a 5.3 millones de personas.

España es país sin revolución industrial. Su estructura productiva esta permeada por trasnacionales que han ido ganando terreno y desarticulando la poca industria nacional. La falta de competitividad la hace más vulnerable a las oscilaciones internacionales. Sin embargo, las clases políticas dirigentes han decidido apostar por el modelo neoliberal como solución a la crisis. La fe ciega en la mano invisible del mercado ha sido el motor de los cambios y de las reformas. Desarticulación del tejido industrial, privatizaciones, desregulación, apertura financiera y flexibilidad laboral. Para ser competitivos, el mensaje lanzado ha consistido en la necesidad de revisar las condiciones de contratación del mercado laboral, considerado rígido y proteccionista. Así, se emprendió un ataque concéntrico a las conquistas democráticas de las clases trabajadoras. Los gobiernos, en complicidad con los empresarios y la patronal, han aprovechado cualquier coyuntura para dar un paso adelante en la total liberalización del mercado de trabajo. Lo dicho ha sido el motivo que explica las ocho huelgas generales habidas desde la muerte del dictador. La dos primeras se realizaron contra el gobierno de Adolfo Suarez, luego le siguieron cuatro contra Felipe González, otra contra Aznar en 2002, la penúltima contra Rodríguez Zapatero en 2010 y la actual, contra el gobierno de Mariano Rajoy, convocada para el 29 de marzo de 2012. Todas han tenido elementos en común, los recortes en las prestaciones sociales, la reducción de los salarios, el abaratamiento del despido, el deterioro de las condiciones de trabajo, los contratos basura, el despido libre o el retraso en la edad de jubilación.

TRAS EL 29 DE MARZO, ¿QUÉ?

(Crónica Popular, 28/03/2012)

Carlos Martínez – ATTAC Andalucía

Habría que ser conscientes no solo de las dificultades que conlleva organizar y montar una huelga general con todo en contra, sino también de otros factores que podemos comentar a continuación.

En primer lugar, el ataque de los medios de comunicación, todos ellos en manos de grandes empresas, bancos y del gobierno, por lo que el mensaje que la población de forma mayoritaria percibe es negativo, excepto en la red, aunque hay que tener en cuenta  dos factores negativos: la presencia muy activa de medios virtuales de extrema derecha y liberales en la misma y, además, la tremenda brecha digital existente, que hace que millones de personas no puedan acceder a nuestra contra-información.

En segundo lugar, la ausencia de la izquierda en muchos barrios populares así como de estructuras organizadas de carácter social, organizativo popular o sindical. La izquierda digamos "consciente", está alejada de la gente excepto en algunos casos y, encima, ha abandonado la pedagogía popular. Ya no hay estructuras fijas de educación popular, excepto en casos muy concretos y no generalizados.

En tercer lugar, el miedo. El miedo al amo. El miedo al despido, con una reforma laboral ya en marcha y, por tanto, perfectamente aplicable el día 29 y, sobre todo, el 30. El miedo a los de arriba y el miedo al futuro de mentes colonizadas por la televisión basura y el fascismo cotidiano de los poderosos, de los ricos, de las autoritarias derechas del estado español.

En cuarto lugar, nuestra propia división. Nuestro ajustes de cuentas internos. Las divisiones sindicales. El derecho de algunos visionarios o mesías a decir lo que es correctamente de izquierdas o no. Los guardianes de la ortodoxia. También las y los pactistas a  cualquier precio. Los burócratas. Sindicalistas que ya han perdido la capacidad de jugarse el tipo en un piquete o que sencillamente a fuerza de negociarlo todo, han perdido la capacidad de saber organizar una huelga general, en condiciones duras y adversas. Los desconfiados de todo. Las y los nuevos burócratas de la no burocracia. Las manías de buscar la diferencia de forma infantil y ridícula, cuando enfrente tenemos a un enemigo común, cruel y estafador, gansteril y fascista que no nos distingue y para el que todas y todos somos sus enemigos de clase.

Aquí y ahora, el bloque crítico somos todos. Todas y todos estamos contra la contra-reforma laboral, contra la fiscalidad injusta y favorable a ricos y bancos que justifica recortes sociales para los de abajo, al objeto de enriquecerse aún más los de arriba y consolidar su poder.

Tras el 29 el éxito será que salga bien la huelga. Nos fortalezca,  nos conozcamos mejor y seamos capaces de organizarnos mejor. También que logremos que nadie juegue a nuestra costa ni con nuestro sacrificio. Esta huelga es de todas y todos los hartos y estafados, las indignadas, paradas, despedidas y explotados.

El capitalismo financiarizado que nos domina, ha roto el pacto social. Está dispuesto a liquidar el estado del bienestar. Esa es su agenda real. Los capitalistas, que esos sí son el enemigo real y los que detentan el poder, no van a ceder. A ellos les sobra ya el Estado tal y como lo conocemos. Así, pues, en fase de derribo el estado del bienestar sobran miles de funcionarios y funcionarias que trabajan en servicios de tipo social y de atención ciudadana. Recordad, el estado liberal solo necesita policías, soldados, jueces y recaudadores, amen de algún ujier o fedatario.

Así pues, tras el 29, lo que hay que analizar, es a qué nos enfrentamos y dejarnos de espejismos. Olvidarnos de lo que fue. Construir lo que será. Por tanto, entiendo que necesitamos una amplia convergencia socio-política que se enfrente a esta situación de emergencia y logre impulsar una revolución ciudadana, como la que ahora en Franci, propone Melenchón, el socialista de izquierdas, candidato de la izquierda francesa en el Front de Gauche.

Una revolución ciudadana que rescate la soberanía popular y que logre impulsar la justicia y el reparto. El reparto y una vida digna para todas y todos.

Olvidémonos del Pacto Social de la postguerra y de los 60/80 del siglo pasado. Eso ya ha finiquitado y es la burguesía, el nuevo y criminal poder financiero, la derecha, los que no lo quieren, los que conscientemente en una clara y desigual lucha de clases nos han impuesto ya esta situación, para la que han contado con cómplices, si, demasiados. Pero no es la hora de las vendettas. Es la hora de saber dónde está cada cual y eso el día 30 de Marzo estará más claro.

EL 29M CONTRA LA INTERNACIONAL CAPITALISTA

( El País, 28/03/2012)

José Luis Álvarez - Doctor en Sociología de las Organizaciones por la Universidad de Harvard

 ¿Por qué en una situación patente de dominio y discriminación de las élites a las no élites no se produce más resistencia contra esa sujeción?, ¿por qué hay más orden que conflicto?

La huelga general convocada para el 29-M es la primera acción de resistencia social que la izquierda ha propuesto; y sus convocantes, CC OO y UGT, son las únicas organizaciones progresistas capaces de movilización colectiva comparables a las más eficaces de España: las muy conservadoras, entusiastas y disciplinadas asociaciones de padres de alumnos de colegios católicos al mando de Antonio M. Rouco Valera.

El éxito de toda acción colectiva, como una huelga general, depende de la disponibilidad, calidad y alineamiento de tres recursos: estrategia, liderazgo y organización.

Aunque en los últimos días de convocatoria el 29-M se quiere presentar como defensa de un modelo social, la estrategia oficial de la huelga es forzar al gobierno a negociar con los sindicatos la reforma laboral presentada al Congreso, que expedita los procedimientos de despido, reduciendo el rol de los agentes sociales en la negociación colectiva, traspasando ésta del ámbito sectorial al de empresas concretas. Es, por tanto, una huelga en defensa del actual modelo de relaciones laborales. Éste se puede calificar de corporativista (para evitar las connotaciones negativas de la palabra, los sindicatos le nominan, piadosamente, de “concertación”), entendiendo por ello el cogobierno por un número escaso de actores —sindicatos, patronal, Estado— de las relaciones industriales. Ha sido tal la colaboración entre estos agentes que los sindicatos, en las grandes empresas de sectores sobretodo industriales, realizan algunas de las labores normalmente encuadradas en la función empresarial Recursos Humanos (establecimiento de categorías laborales, decisiones disciplinarias, horarios, etc.) Con esta co-administración de personal, los sindicatos se han especializado en una perspectiva jurídico-laboral, contractual, desinteresándose de las cuestiones estratégicas, financieras, tecnológicas, aquellas que definen la competitividad de las empresas y que han dejado en manos de los ejecutivos.

Es este modelo corporativista el que el gobierno quiere reemplazar por uno donde los directivos de cada empresa serán los ejecutores de la racionalidad universal, científica, cuantificable, de las estrategias empresariales, incluyendo las cuestiones laborables, en cada empresa.

Algo tan abstracto como un modelo de relaciones laborales es escasamente movilizador. Los paros generales que más éxito han tenido han sido aquellos que, con independencia del motivo de su convocatoria, han conectado con un deseo de la ciudadanía de castigar un ejercicio del poder —de González primero y Aznar después— que se consideraba prepotente. Pero el Gobierno de Rajoy lleva poco tiempo como para ya haber generado irritación ante su ejercicio del poder, irritación que, sabedor de su efectos, el PP cuidadosamente trata de evitar. Las huelgas generales para ser exitosas han de ser predominantemente políticas.

Dificultando aún más el impacto estratégico del 29-M está el hecho de que la coerción implícita en toda huelga —retirar la colaboración de la fuerza de trabajo al proceso productivo— es cada vez menos amenazante, porque las empresas tienen alternativas globales a los empleados españoles. La crisis económica ha acelerado la plena incorporación de las nuevas tecnologías de la información a las operaciones de las empresas. Como consecuencia, cada vez menos hace falta el desplazamiento físico del trabajador a su puesto de trabajo para el desempeño de su tarea, que ya se puede hacer desde la distancia, aunque ésta sea a millares de kilómetros. Lo que Marx llamaba el “ejército industrial de reserva”, y al que ahora podríamos nominar “ejército de semiprofesionales de reserva” (sobretodo técnicos del back office de las empresas), ha aumentado en centenares de millones de integrantes con la globalización y las tecnologías digitales.

Esta es, por tanto, una huelga no estratégica, defensiva, sin modelo laboral alternativo al del gobierno.

El segundo recurso clave para evaluar la prospectiva de éxito de una movilización es su liderazgo, en este caso los sindicatos. Estos están sometidos a una campaña de descalificación populista, acusados de haberse profesionalizado en exceso, de haber abandonado la clase obrera para ingresar en la “clase política”. Pero, de la misma manera que las empresas no pueden ser gestionadas por democracia directa o incluso representativa, tampoco lo pueden ser organizaciones de masas como sindicatos o partidos. El precio de la democracia interna sindical es la ineficacia. El mismo que el de la espontaneidad en movimientos como el 15-M. Lo que el sociólogo Robert Michels llamaba, ya a principios del siglo pasado, oligarquía organizativa —el gobierno de las organizaciones de masa por unos pocos profesionales, que se cooptan entre sí— es el modo de liderazgo natural de sindicatos y partidos. Tan es así que la sociología clásica sólo pudo encontrar un único caso de sindicato de masas con funcionamiento democrático: una unión de tipógrafos norteamericana.

El defecto de la dirigencia sindical española no es una profesionalización excesiva, sino el de una especialización limitada a lo legal-laboral. Es significativo que en los países europeos con menos tasas de desempleo, como Alemania y Escandinavia, los sindicatos estén implicados en el gobierno de las organizaciones y en todos los temas del mismo —mercados, productos, productividad. Como en España, hay concertación, sí, pero al máximo nivel jerárquico y sobre la estrategia de las empresas. El problema no es, por tanto, el exceso de poder de los sindicatos españoles, es la falta del mismo, y es decepcionante que no aspiren a ella demandando un nuevo modelo, en vez de defender el existente.

El tercer recurso es la organización: el ámbito de convocatoria y estructuración de la acción colectiva.

Hace siglo y medio, Marx y Engels entendiendo que el proletariado desbordaba los marcos estatales y necesitaba una organización transnacional que sirviera de recurso principal para su estrategia, fundaron en 1864 la Primera Internacional. Hoy, desaparecida la Internacional Comunista sólo subsiste, marginal, la Internacional Socialista que —tremendo simbolismo-- preside desde 2006 Georges Papandreu, el ex presidente socialista griego, sacrificado en aras del ajuste fiscal europeo.

Hoy, con mercados de trabajo globalizándose rápidamente, cuando los gobiernos nacionales son ejecutores de decisiones de organismos internacionales como la Unión Europea, cuando las élites del mundo ya no tienen como referencia vital sus países de origen, los instrumentos de acción de los trabajadores siguen siendo obsoletamente locales. El gran reto sindical es organizativo.

En contraste, las élites empresariales no tienen un problema organizativo. Los sociólogos marxistas han buscado pruebas de coordinación formal de las clases dominantes, pero pocas han encontrado. ¿Cómo explicar entonces su unidad de acción? La hipótesis de la sociología de las organizaciones es la “equivalencia estructural”: a las élites globales no les son precisas estructuras de coordinación, ya que sus intereses, iguales, objetivos, les son obvios, no están sesgados por ideologías. Su coordinación es natural, espontánea. Así, las élites estudian juntas en las mejores universidades norteamericanas, se vuelven a reunir en lugares como Davos y foros similares, donde reafirman sus valores ecuménicos, racionalistas, financieros y científicos, trabajan para las mismas organizaciones, guardan el dinero en los mismos bancos, gozan de similares ventajas fiscales e invierten en los mismos fondos. E pluribus unum, las élites globales del siglo XXI se han erigido en una internacional capitalista tácita.

Los trabajadores, por contra, carecen de coordinación tácita: no coinciden en las universidades porque muchos no estudian, no trabajan juntos porque muchos están desempleados, no protestan al unísono porque la resistencia es local, como el 29-M, “huelga-general-en-un-solo-país”. Las clases populares necesitan mecanismos explícitos, formales, jerárquicos, disciplinados, especializados y, sobre todo, globales de coordinación.

Probablemente el resultado del 29-M, un respetable ejercicio de acción colectiva, sea como el de la izquierda en las elecciones andaluzas, ni derrota ni victoria. Aunque hubiera sido preferible para los sectores progresistas de este país que los sindicatos en una ocasión como ésta, como los partidos de izquierda en las elecciones, no consideren su apoyo como garantizado, seguro, y les hubiesen ofrecido una mejor estrategia, mejor liderazgo y mejor táctica. Las ocasiones son limitadas.

LA HUEGLA, PARA EL QUE (SE LA) TRABAJA

(Cuarto poder, 28/03/2012)
 
Isaac Rosa

A pocas horas de que salgan a la calle los terribles piquetes sindicales, esos que protagonizan todo tipo de leyendas urbanas a cual más espantosa, otros piquetes llevan semanas recorriendo el país: el piquete empresarial, el político y el mediático. En su afán por reventar el paro general del 29 de marzo, los piquetes antihuelga marchan bajo una pancarta cuyo lema corean los suyos con soniquete de coplilla de manifestación: "Este país no está para huelgas".

Y aunque parezca que con esa consigna lanzan una advertencia contra el daño que un paro general tendrá contra la economía nacional y la credibilidad internacional de España; en realidad es una mera constatación de algo obvio: que el país, sus trabajadores, no están para huelgas, al menos para huelgas clásicas.

Con más de cinco millones de ciudadanos que no podrán ejercer su derecho de huelga por no tener empleador que les descuente el día en la nómina; con varios millones más sumidos en la precariedad más absoluta, y otros muchos devenidos en precarios por obra y gracia del "todo a 20 (días)"; con el miedo (al presente y sobre todo al futuro) campando a sus anchas por la calle de la mano del fatalismo ("una huelga no sirve para nada") y la resignación ("las reformas y recortes son inevitables"); y con unos sindicatos debilitados por sus propios errores estratégicos y por la brutal ofensiva antisindical que ejerce aquel mismo piquete tridente; el paisaje resultante es un país que, en efecto, no está para huelgas.

Ni está ni, en muchos casos, se le espera el jueves. Lo saben los sindicatos, que centrarán sus esfuerzos en aquellos sectores más fáciles de paralizar, y sobre todo más fotogénicos para construir la imagen de una huelga exitosa: en primer lugar los transportes, que con unos pocos miles de trabajadores en huelga te permiten mostrar estaciones sin trenes, aeropuertos desiertos y calles aligeradas de autobuses. Junto a ellos, el colectivo de funcionarios, movilizado desde hace meses contra los recortes que todas las administraciones han ido aplicando, puede también aportar unas valiosas imágenes de oficinas sin atención, colegios sin clase, hospitales a ritmo de domingo y centros públicos con aire de agosto.

Fuera de esos sectores, y de algún otro que mantiene peso sindical en la industria y las grandes empresas (aunque sin poder contar esta vez con la construcción, en cierre patronal desde el reventón de la burbuja), el resto del paisaje laboral lo ocupa una clase trabajadora desubicada, desplazada, desmovilizada, desideologizada, desclasada y despistada, que no necesita que el empresario le recuerde su obligación de acudir al puesto de trabajo el jueves (aunque no pocos empleadores sí lo han recordado a los suyos), pues asume que el esquirolaje no es en esta ocasión una opción, sino el único modo de sentirse a salvo del próximo ajuste de plantilla (y siempre hay un próximo ajuste de plantilla).

Se demuestra una vez más que, con ser dura la aprobada el diez de febrero, la verdadera reforma laboral que los trabajadores hemos sufrido ha sido la crisis: el paro de más de cinco millones que, unido al miedo ambiental y la penuria extendida, ha permitido en muchas empresas modificaciones de las condiciones laborales, recortes salariales, despidos baratos e incumplimientos de convenio sin necesidad de que apareciese nada publicado en el BOE. Esa misma reforma de facto ha recortado ya el derecho de huelga sin esperar a que el gobierno atienda el deseo de CEOE de una nueva ley de huelga más restrictiva.

Con tal panorama, la convocatoria del 29-M tiene todo en contra, y lo sabe bien el gobierno, al que le viene de perlas una protesta que sea más simbólica que real, para mostrar a sus socios (y patrones) europeos cómo su rigor en el ajuste tiene consecuencias. No sabemos si esta vez habrá parte victorioso a las siete de la mañana, como hizo algún portavoz gubernamental con ocasión de otra huelga. Pero quien quiera a lo largo del jueves registrar escenas de normalidad con que desacreditar las instantáneas de huelga que logren anotarse los sindicatos, lo tendrá muy fácil.

¿Significa que la huelga no tiene ninguna posibilidad de triunfar? Pues depende: si pensamos en una huelga clásica, que sólo pueden hacer los que trabajan, el fracaso es seguro. Si en cambio pensamos en una huelga adaptada a estos tiempos, que no sea sólo para los que trabajan, sino para los que se la trabajan (la huelga), las posibilidades de éxito aumentan.

Previamente, claro, habría que redefinir qué es éxito cuando hablamos de huelga general. Si el referente, en términos de seguimiento, consumo eléctrico, cierre de empresas y reflejo en las calles, es una vez más la legendaria huelga del 14-D de 1988, con la televisión en negro y las avenidas desiertas, no hay nada que hacer, pues aquello es irrepetible, ya que el país es otro: el modelo productivo, la estructura empresarial, el desarrollo tecnológico y la composición y estrategias de la clase trabajadora han cambiado demasiado desde aquel lejano 1988.

Ocurre como con las manifestaciones: sobre cualquier convocatoria callejera pesa la memoria de las grandes concentraciones de momentos históricos (las del millón, pues en todas ellas se redondeó la asistencia en esa cifra mítica), y se acaba despreciando una marcha masiva de varias decenas de miles de participantes, que siempre serán pocos en comparación con aquellas. Del mismo modo, una huelga que hoy lograse ser secundada por, pongamos, un 30% de trabajadores, debería ser vista como un éxito rotundo dadas las condiciones, por lejos que esté de aquel paro total del 14-D.

Insisto una vez más: lo importante para esta huelga no es tanto la respuesta de los que trabajan, como la actitud de quienes se la trabajan. Y en ese sentido, las opciones son muchas, pues hay numerosos colectivos sociales, vecinales y de trabajadores al margen de los sindicatos mayoritarios que llevan semanas organizados y difundiendo información para explorar esas otras formas de protesta, desde los barrios y las redes: huelga de consumo, huelga de webs caídas, huelga financiera, piquetes vecinales, pasacalles, marchas en bicicleta, apagones eléctricos e infinidad de pequeños gestos de protesta; además de las concentraciones y manifestaciones previstas para ese mismo día, y que deberían ser mucho más masivas que la propia huelga.

Todo ello no debe servir de coartada para que quienes sí pueden parar opten por otras formas de protesta, pues pese a sus muchas ramificaciones, una huelga sigue siendo una huelga. La del jueves convoca a todos: trabajadores fijos, funcionarios, trabajadores precarios, parados, jubilados, jóvenes, inactivos. Cada uno tiene su espacio para la protesta, y los apoyos deben ser mutuos: quienes más fácil tienen secundarla (quienes menos temen represalias laborales) están obligados a hacerla por ellos y por los que no pueden; por su parte, quienes están en peores condiciones para sumarse a ella (o directamente no pueden, por estar en paro) deben contribuir con otras acciones al ambiente de huelga, para reforzar el paro de los primeros y vencer las reticencias.

Pese a todo, más difícil que vencer a los piquetes empresariales, mediáticos y políticos, es sobreponerse al derrotismo tan extendido: "la huelga no servirá para nada". No hace falta recordar las consecuencias que tuvieron otras huelgas generales, que si bien fueron menospreciadas al día siguiente por el gobierno de turno desde el inmovilismo, obligaron a rectificar a corto plazo. Y si esta huelga no consigue revertir la reforma laboral, hay que entender que no puede ser ése su único objetivo: antes bien, esta huelga debería ser más preventiva que de respuesta: lo peor está por venir.

Al día siguiente, sin ir más lejos, se presentan los que ya se anuncian como los presupuestos generales más duros de la democracia, y la primavera promete nuevas reformas. Del éxito o fracaso de la huelga general dependerá en gran parte que las próximas medidas sean duras, durísimas o mortales de necesidad. Si pensamos en los trabajadores griegos, cuya desgracia parece alimentar nuestro derrotismo ("ya ves para lo que han servido tantas huelgas en Grecia"), cabe suponer que su situación sería incluso peor de no existir contestación social.

Con todo, y pese a que el rechazo a la reforma laboral es masivo, son muchos los trabajadores que a pocas horas de la convocatoria todavía dudan si seguirla o no. A quienes piensan que hacer hoy una huelga es más difícil que nunca, que se lo pregunten a sus iguales del XIX -hacia el que nos dirigimos de cabeza a golpe de reforma-, si entonces eran fáciles unas protestas que costaban cárcel y muerte a muchos. También por ellos debemos hacer huelga, en deuda con ellos y obligados a no malvender unos derechos que tanto costaron. En cuanto a los que se dicen poco dispuestos a perder un día de salario, que bastante apretados estamos ya como para prescindir de unos euros, que echen números de cuánto más pueden recortarles el sueldo con la reforma, y ya verán si les trae cuenta.

Me queda un último grupo: los que, aun no gustándoles la reforma, piden que se respete su derecho a trabajar el jueves. Oír a un trabajador enarbolar su derecho al trabajo en un día de huelga general es tan patético como escuchar a esos mismos trabajadores repetir en el bar las consignas patronales habituales: necesitamos ser más productivos, tenemos demasiados puentes y festivos, el absentismo laboral es un problema, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades o, ahora, el país no está para huelgas. Oír tales fórmulas en boca de asalariados es otra prueba de que la primera ofensiva que los trabajadores sufrimos desde que empezó la crisis no es legislativa ni económica, no son los recortes ni las reformas: el mayor ataque es ideológico. Y vamos perdiendo.

EL DINERO NUNCA DUERME, NI HACE HUELGAS

(Madrilonia, 28/03/2012)

El dinero de tu cuenta no está en una caja fuerte, viaja por el mundo, haciendo apuestas cruzadas sobre el mercado de carbono, subiendo las acciones de algún banco que obtendrá mejores créditos para luego prestarte el dinero que tú devolverás con creces. Con tu hipoteca, hicieron paquetes y los vendieron en Shangai, Nueva York o Londres, donde aseguraron esos paquetes otro par de veces para después vender esos seguros hasta que ya no sabían lo que vendían. Y es que tu dinero no para de multiplicarse. Los beneficios que genera la especulación financiera son enormes y quedan en muy pocas manos. Las mayores ganancias hoy en día provienen de los préstamos, los depósitos, los intereses y la compra-venta de títulos. Las apuestas sobre el valor futuro de los alimentos, la deuda de los países, las pensiones o el agua es un gran negocio, el mejor negocio. Para hacernos una idea, el Producto Interior Bruto Mundial es de 60 billones de dólares y en los mercados financieros se mueven entre 240 y 400 billones de dólares, de cuatro a seis veces más.

El dinero no tendría por qué ser un problema si la mayor parte se invirtiese en equipamientos sociales, económicos o ambientales. Pero los mercados utilizan el dinero para multiplicarlo y concentrarlo, lo que les otorga un gran poder para presionar a los gobiernos y conseguir políticas a su favor. El dinero no descansa, se multiplica, se concentra y se utiliza para obtener mayores ganancias a costa de la mayoría. El poder del dinero es enorme. La mayor gestora financiera del mundo, Black Rock, maneja activos por un valor similar a todo lo que se produce en Alemania en un año. Y Allianz, la segunda, maneja inversiones por un valor mayor que el PIB de la India. Los llamados mercados son gigantes con mucho poder que pueden arruinar países apostando contra su moneda o contra la deuda de su sector público, tal y como ocurre hoy en Europa.

En España, los super-ricos tienen unos 30.000 millones de euros en sociedades de inversión (SICAV). Pero, ¿cómo parar el desmadre financiero? Es necesaria una recuperación por parte de la sociedad de los beneficios financieros. Una opción es gravar la circulación financiera, lo que permitiría recoger millones y millones para ser distribuidos entre la población, quizá en forma de una prestación universal que asegurara el acceso a una vida digna, la llamada renta básica.

Todos sabemos que muchos bancos están al borde del colapso. ¿Dónde se van los beneficios? La mayoría, entre ellos los bancos españoles, han recibido grandes ayudas públicas o han accedido a créditos muy baratos por parte de los bancos centrales para impedir su quiebra. Su negocio tiene poco que ver con fomentar tejidos productivos que procuren el bienestar social. La banca, como función pública, debe tener como objetivo ayudar a dinamizar la economía. Pero su objetivo ha sido, y sigue siendo, ganar dinero alimentando una economía especulativa, en el caso de la Empresa-España, muy ligada a la burbuja inmobiliaria. Los bancos son uno de los grandes culpables de la crisis, pero están recibiendo las mayores ayudas por parte de los gobiernos. Es hora de empezar a hacer algo.

Hasta que no se invente una buena manera de detener los movimientos de dinero, las huelgas no afectarán demasiado al sector financiero. Pero sacar el dinero de los bancos que nos están estafando es una fácil y hermosa manera de demostrar que quienes generamos la riqueza somos millones de personas. Tenemos derecho a saber qué se hace con nuestro dinero y cómo se podría utilizar para otros objetivos que no fueran el enriquecimiento de unos pocos. Podemos llevarnos nuestros ahorros e ingresos a cooperativas de crédito y banco éticos que no juegan con nuestro dinero, ni se forran dedicándose a especular. Es muy agradable entrar a una sucursal del Santander, BBVA o Bankia y decir las palabras mágicas: "Quiero cerrar mi cuenta porque los dueños de este banco son unos impresentables, usureros, ladrones y estafadores, etc., etc.". Bien alto para que lo oigan todos los clientes, por si se animan. Y después contarlo en el bar y que la gente te dé unas palmaditas en la espalda y se lo piense. Es lo menos que podemos hacer. Somos millones, podemos ir con amigos, convocar un día de retirada masiva o hacerlo un día cualquiera. Pongamos, también, nuestro dinero en huelga.
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Nota: la mayoría de cifras económicas están tomadas de Crisis y revolución en Europa del Observatorio Metropolitano

A VUELTAS CON LA REFORMA

(Redes Cristianas, 28/03/2012)

Antonio Algora - Obispo de la diócesis de Ciudad Real

No me toca a mí juzgar de la conveniencia o no, en el aspecto técnico y jurídico, de una Ley en un momento determinado en el que la sociedad entera está amenazada por una Crisis global sin precedentes en la historia humana. Los ciudadanos de la calle no tenemos elementos de juicio suficientes para dar una opinión técnica en temas cada vez más complejos. 

En estos momentos, nos hemos de fiar de las instituciones que deben entender de problemas de tan gran magnitud. Por esto, les debemos exigir a dichas instancias políticas, sindicales, empresariales, financieras y a los distintos colectivos de expertos que actúen con responsabilidad y, si siempre tenemos todos la obligación de construir el bien común, anteponiéndolo a intereses particulares, ahora más que nunca corresponde mayor obligación al que más puede.

Dicho esto, de lo que sí estamos en condiciones de juzgar es de la bondad o maldad de una Ley que rebaja claramente los derechos de los trabajadores respecto a situaciones anteriores, y lo peor es que llevamos muchos años ya de nuestra democracia donde siempre los perdedores en el concierto social, repito, siempre, son los mismos y siempre los más débiles.

Nadie habla de provisionalidad en las medidas que se están tomando, luego lo que se quiere hacer es establecer un “mercado de trabajo” en el que los empleadores hagan y deshagan a su antojo, olvidando que el “empleado” posible es, ante todo y sobre todo, “persona” a la que otros han dado la vida, la han educado, tiene necesidades básicas: familiares y sociales, no es una mera fuerza de trabajo que se admite o despide unilateralmente y durante un largo periodo de tiempo, pues, en un año de provisionalidad en el empleo (esto es lo que dice la Ley), puede ocurrir de todo, desde una gripe a un suceso familiar al que hay que atender antes que a cualquier otra urgencia de la vida de la empresa. Las personas no somos tan flexibles, tan elásticas, como nos quieren hacer creer.

¿De verdad no hay otras soluciones para crear puestos de trabajo? Parece mentira que a día de hoy tengamos que echar mano de usos del pasado que trajeron tanta injusticia y explotación a los trabajadores. Con estas medidas y sin meterme a profeta, se van a conseguir los mismos frutos de un pretendido bienestar, hasta es posible, pero no habremos avanzado nada en que el trabajador se sienta realizado con su trabajo y le sirva para llevar una vida estable y sin sobresaltos; que haga posible la familia, la educación de los hijos, el tejido social compacto y fuerte que hace personas y países fuertes para soportar las inclemencias de las coyunturas históricas.

Y, si no queda más remedio que aplicar hoy estas medidas, ¿no han de ser complementadas por otras en las que lo central sea la vida de las personas? ¡Tantos avances tecnológicos para esto! Da la impresión de que las sociedades desarrolladas van a ser las que más poder concentren en menos manos y esto no se corresponde con las aspiraciones de una sociedad democrática avanzada. Los jefes políticos europeos toman sus medidas por vía de urgencia sin apenas contar con los parlamentos respectivos; los poderes financieros se están concentrando en muy pocas manos. No sé si es muy descabellado pensar que, en el río revuelto de la Crisis, están pescando los más poderosos sin contar con la opinión de la sociedad.

Elevemos nuestras oraciones para que Dios nuestro Señor cuide de los más perjudicados de esta malísima situación que ya cuenta en nuestra España con más de once millones de pobres.

Vuestro obispo,
+ Antonio.

LA HUELGA EN TIEMPOS DEL CÓLERA

(Carnet de paro, 28/03/2012)

José Antonio Pérez – ATTAC Madrid

Ante la convocatoria de huelga general el próximo 29-M, la ciudadanía española —que en su mayoría vive o necesita de un empleo asalariado para vivir— se enfrenta a un gran dilema: O sucumbir al miedo y buscar mil y una disculpas para no secundar la huelga o recuperar la conciencia de clase y defender las conquistas sociales logradas a través de las luchas históricas del movimiento obrero. Un único día de huelga no va a amedrentar a la patronal ni a la derecha en el Gobierno. Pero significará el primer aviso de que la mayoría social comienza a perder el miedo.

Vaya por delante que el argumento de que lo que menos necesita España en estos momentos es una huelga, por las pérdidas económicas que ocasionaría, es una perfecta y absoluta memez. Por mucho que los medios farisaicos se rasguen las vestiduras con esa tesis, la prosaica realidad es que un día de huelga produce las mismas pérdidas que el Corpus Christi, día en que también cierran fábricas y comercios mientras Dolores de Cospedal aprovecha para lucir peineta sobre su alma de puercoespín. O el de la Inmaculada Concepción, prodigio que hoy la ciencia ha socializado con las fecundaciones in vitro.

Sin embargo, estos tiempos del despido libre y la brutalidad política desencadenados por el Partido Popular han generado en la población tal miedo e incertidumbre, que bien podría decirse que la huelga general del 29-M ha sido convocada en tiempos del cólera. Es obvio el parafraseo que me permito hacer sobre la novela de Gabriel García Márquez El amor en tiempos del cólera, en la que el Nobel colombiano narra una historia de amor que se desarrolla en una región afectada por la epidemia del cólera.

Es el cólera una enfermedad aguda, provocada por la bacteria Vibrio cholerae, que se manifiesta como una infección intestinal, lo cual provoca, entre otros síntomas, grave flojera de vientre que lleva a los enfermos a deshacerse por las patas abajo. Síntoma compartido por aquellos a los que atenaza ese miedo que ahora mismo atenaza a la sociedad.

Utilizando lo que Naomi Klein ha llamado La doctrina del shock el stablishment aprovecha el estado de temor generalizado de la población para cometer las mayores tropelías contra el Estado del Bienestar. Mientras tanto, las fábricas del pensamiento oficial siembran en la opinión pública la especie de que los sindicatos no son necesarios.
Quien estas líneas escribe ha criticado, y muy duramente por cierto, a las cúpulas sindicales. Pero nadie me habrá escuchado jamás decir una sola palabra contra el sindicalismo. Una creación histórica de la clase trabajadora sin la cual el panorama social no sería el que hemos conocido en los últimos cincuenta años.

Dice un refrán político que no hay nada más tonto que un obrero de derechas. Y sobre todo, nada hay más triste que escuchar a un trabajador por cuenta ajena hablar mal de los sindicatos. ¿Cómo creen estos maledicentes que se ha fijado el salario que perciben? ¿Acaso no ha sido un convenio negociado por los representantes sindicales el que lo fijó? ¿De dónde creen estos insensatos que surgió la norma que fija la jornada laboral en ocho horas? ¿Acaso creen que fueron los patronos quienes, llevados de un espíritu filantrópico y magnánimo, decidieron otorgar vacaciones pagadas, jubilaciones, servicios públicos de salud a sus empleados?

Desde los tiempos de Bismark hasta ayer mismo, todas las condiciones que humanizan las condiciones del trabajo asalariado provienen de las sucesivas cesiones que los trabajadores, sindicalmente organizados, obligaron a realizar a la derecha.

Los sindicatos son, por otra parte, la única instancia desde la que es factible convocar una huelga. Y en este caso, esa huelga general que las centrales sindicales Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores se han visto obligadas a convocar una huelga general a sabiendas de las dificultades que tendrán muchas personas para secundar el llamamiento.

Personas empleadas pero que llegan a fin de mes con grandes dificultades, son renuentes a la participar en la huelga. Así como sería una heroicidad que la secundaran las personas empleadas, vale decir explotadas, a través de contratos precarios que podrían no ser renovados la semana próxima si participan en la huelga. No olvidemos que la patronal sí está movilizada en la lucha de clases.

Por todo ello, quienes tengan una posición laboral lo suficientemente sólida no deben buscar disculpas para dejar de ejercer su derecho constitucional a la huelga. Un derecho, todo hay que decirlo, cuyo disfrute tiene un coste reflejado en el descuento en nómina del día no trabajado. Pero ¿acaso no cuesta también dinero disfrutar de una jornada en una estación de esquí o en un balneario? Es preferible perder un día de salario que mil de indemnización cuando te despidan. Porque, si no frenas a este Gobierno y a esta patronal partidarios del despido libre, tus posibilidades de verte en el paro aumentan considerablemente.

Que conste que un único día de huelga no va a amedrentar a la patronal ni a su consejo de administración gubernamental. Pero puede ser un aviso de que la mayoría social comienza a perderles el miedo. La movilización social debería tener la suficiente intensidad que lleve a patronal y Gobierno a tomar nota de que es preferible fomentar la igualdad y la paz social a que se despierte en la gente esa otra acepción de la palabra cólera, que también es sinónimo de ira. Porque si apretamos tanto las tuercas de la caldera, esta algún día reventará. Y se contarán por millares los que, montados en cólera, se rebelarán contra la injusticia.

Ayer mismo, en Andalucía, las elecciones autonómicas han puesto de relieve que las clases más perjudicadas por la crisis comienzan a pararle los pies a la derecha y sus brutalidades. Así que, quienes puedan hacer la huelga, háganla en buena hora, y quienes materialmente no pudieran, por sus precariedades o su situación de paro, salgan masivamente a participar en las manifestaciones que pondrán broche a la jornada. Con Celaya digamos:

CUATRO CONTRATOS PARA UN MUNDO NUEVO


Hay propuestas que, con el tiempo, permanecen de actualidad e incluso se hacen más urgentes.

He releído los "cuatro contratos" que propuse en el libro "Un mundo nuevo", publicado en el año 2000 cuando terminaba mis funciones como Director General de la UNESCO. Conté con un excelente grupo de información y prospectiva coordinado por Jêrome Bindé. Tenía entonces, como tengo ahora, la seguridad de que se iniciaría, con el siglo y el milenio, una nueva era en que la humanidad –todos los seres humanos y no sólo unos cuantos privilegiados- podría vivir plenamente el misterio de la existencia humana, capaz de crear, de pensar, de anticiparse.

La solución está en medidas políticas, porque los políticos, en democracias genuinas, tienen que reflejar el clamor del pueblo. Por eso es tan preocupante que, en la actualidad, tras haberse cometido el gravísimo error de sustituir los principios éticos fundamentales por las leyes del mercado, fueran éstos los que acosan a los políticos de tal modo que, como ha sucedido en Grecia e Italia, son quienes designan a los gobiernos en lugar de las urnas.

La solución, no me canso de repetirlo, está en observar los principios democráticos, que con tanta precisión y lucidez establece la Constitución de la UNESCO, a escala personal, nacional y mundial. Actualmente estamos comprobando en la Unión Europea que las democracias, aunque observen las apropiadas separaciones de poder, ven disminuida o incluso anulada su capacidad de actuación porque, a escala mundial, no son las Naciones Unidas "democráticas" que integraban a todos los países de la Tierra sino un grupo de 7, 8 o 20 Estados prósperos los que han intentado, con el fracaso que era previsible, dirigir la gobernación planetaria.

Los problemas mundiales requieren, está muy claro, una institución mundial, por lo que será preciso, con apremio, refundar un Sistema de Naciones Unidas que esté a la altura de las circunstancias y pueda hacer frente a los grandes y complejos desafíos del momento.

Los cuatro contratos que proponía para un mundo nuevo eran los siguientes:
  • Un nuevo contrato social. Incluía las tendencias en la población, la pobreza y la marginación; cambiar la ciudad, cambiar de forma de vivir; el porvenir de los transportes urbanos; la lucha contra el consumo de drogas y el narcotráfico;… Los objetivos eran la paz y la justicia, ingredientes indispensables para un desarrollo sostenible que asegure la igual dignidad de todos los seres humanos.
  • Nuevo contrato natural. Abordaba los temas propios de la calidad del medio ambiente; ciencia; desarrollo sostenible; desertificación; las fuentes de alimentación y energéticas; … de tal manera que fuera posible la sustitución de una economía basada en la especulación, la deslocalización productiva y la guerra en una economía basada en un desarrollo que garantizara la habitabilidad de la Tierra a las generaciones venideras. El compromiso intergeneracional es uno de los ejes que debe guiar nuestro comportamiento cotidiano.
  • Nuevo contrato cultural: de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento. Abordaba la revolución de las nuevas tecnologías; el futuro del libro y la lectura; el valor patrimonial mundial de las lenguas y la educación en el horizonte del año 2020. Queda claro que se trata de contribuir a la formación de ciudadanos que actúen en virtud de sus propias reflexiones, que sean "libres y responsables", como se refiere a las personas educadas el artículo 1º de la Constitución de la UNESCO.
  • Nuevo contrato ético. Dentro de este capítulo junto a los "dividendos de la paz", la seguridad planetaria y el Sistema de las Naciones Unidas, se trataba también de una manera especial, por la deuda contraída durante siglos con la raza negra, de las especiales necesidades de África, que siempre compensa con su sabiduría y creatividad los intercambios que puedan efectuarse para su desarrollo socioeconómico y plena emancipación. Este importantísimo capítulo termina con el estudio socialmente importante para este por-venir que está por-hacer, que requieren con urgencia la transición desde una cultura secular de imposición, violencia y guerra a una cultura de diálogo, conciliación, alianza y paz.
La gran transición de la fuerza a la palabra. De la mano armada a la mano tendida.

Al final de cada capítulo se proponen soluciones concretas, basadas en la movilización popular, en la implicación personal, en expresarse libremente, en dejar de ser súbdito para "dirigir la propia vida".

Todas las acciones que se proponen requieren ineludiblemente un contexto democrático, como ya se ha indicado, a escala personal, local y global. Es imprescindible volver a situar los valores –¡no los bursátiles!- en el centro de nuestra vida cotidiana. Y promover un inmenso clamor popular en favor de la igual dignidad humana y para encarar adecuadamente los desafíos que, juntos, podemos superar.

Ha llegado el momento de la ciudadanía mundial, de la convivencia sin fronteras, de compartir bienes, conocimientos y experiencia…

Con un Sistema multilateral reformado, necesitamos poner en práctica los cuatro contratos mencionados. Estoy seguro que daríamos un paso muy importante hacia el mundo nuevo que soñamos y que las jóvenes generaciones merecen.

SECUNDAR O NO SECUNDAR LA HUELGA DEL 29M


Noelia Alarcón Hernández - Licenciada en Humanidades

Si uno se lee entera la reforma, se dará cuenta de que es una aberración para con los derechos laborales, pero tal como comentan últimamente algunos políticos y muchos ciudadanos de a pie, la huelga que han convocado los sindicatos contra ella para el próximo 29 de marzo, efectivamente, de poco va a servir para que el Gobierno cambie lo fundamental del texto, y no digamos ya para que se retracte y lo retire en su totalidad.
Igual pasaría si se hiciera un referéndum o con cualquier otra manifestación de la opinión pública, ya que todo depende de la voluntad de las personas a las que les hemos dado el Gobierno (nuestro gobierno, nuestra libertad), y, en este caso, ellos ya han dicho que no están por la labor de cambiar nada. ¿Por qué? Porque la crisis económica mundial les ha dado la excusa perfecta para llevar a cabo medidas que suponen recortes, y no sólo económicos, sino también de derechos. Y esos derechos son precisamente los encargados de proteger en circunstancias como la actual a los que están en una situación más vulnerable (que, además, son los más numerosos entre la población).
Pero gracias a esta crisis (que no olvidemos que es financiera, es decir, provocada por la mala gestión de los bancos, y, en definitiva, por los ricos) esos recortes de derechos que se están efectuando no van a ser demasiado duramente criticados ni dentro ni fuera de nuestras fronteras; dentro, porque las clases media y baja están tan ocupadas intentando que la crisis no las arrastre que no tienen demasiado tiempo de ocio como para dedicarse a la intelectual tarea de analizar en detalle lo que está pasando; y fuera, por lo mismo, porque el revuelo generalizado que la inquietud por la expansión de la crisis y por la urgente búsqueda de vías de solución a la misma ha generado en toda Europa, así como en EEUU y en el resto del globo (algunos menos afortunados con crisis políticas y guerras civiles de por medio), hace igualmente difícil que nadie se preocupe por nimiedades como la defensa de los derechos fundamentales del pueblo griego o del pueblo español.
Pero no por ello la huelga es menos eficaz para los trabajadores en otro sentido, porque la reforma laboral seguramente no tiene marcha atrás, eso es cierto, pero al trabajador todavía le queda la amenaza de privar al empresario de su fuerza de trabajo, de negarle sus servicios, aunque sea por dignidad... Porque lo que, desde luego, es incontestable es que nos han recortado nuestros derechos existiendo una alternativa más justa, como, por ejemplo, el embargo de parte de sus bienes y la recaudación de impuestos a las rentas más altas, dada la extraordinaria gravedad de la situación y como medida excepcional hasta que salgamos de la crisis (excepcionalidad que, por cierto, no han querido que fuera una de las características de la reforma laboral, que es estructural y no coyuntural porque pretenden que sea una reforma definitiva de las relaciones laborales).
Que el hacer huelga supone perder el sueldo base de un día, con todos los pluses y prorratas de pagas extra y no cotizar ese día a la Seguridad Social, cierto es; que las empresas y la economía española en su conjunto van a perder unos mil millones de euros a causa de la jornada de huelga, también es cierto. Pero al menos eso va a servir para dejar de manifiesto que la rebaja de derechos sociales al grueso de la población no es gratis y también para que los trabajadores tomen conciencia de que los derechos laborales es algo que deben proteger y reivindicar siempre ante sus empresas, porque el no hacerlo no les afecta sólo a ellos, sino también a los demás, en la medida en que esos derechos son un patrimonio que están contribuyendo a que se pierda, porque, aparte de su esfuerzo, la única fuerza que posee el trabajador (y no es poca) es la de la unión.
Y cuando algunos opinan que las pérdidas económicas de la huelga o la imagen de inestabilidad y falta de cohesión interna que puede dar España en el extranjero son más importantes en este momento que el ejercicio del derecho de los trabajadores a manifestar su desacuerdo con las medidas impuestas, calificando la huelga de inoportuna y poco constructiva, quizá deba plantearse que lo que sí resulta inoportuno y poco constructivo es precisamente una reforma de este tipo, porque había alternativa a esas medidas y, por lo tanto, las pérdidas económicas que pueden producirse no son culpa de que se ejerza un derecho fundamental, sino de que sea necesario ese ejercicio para reivindicar unos derechos humanos, para manifestar una injusticia. La amenaza de la huelga, esa amenaza a los empresarios, como grupo de presión, de perder sus beneficios, es la única que consiguió darnos nuestros derechos laborales, precisamente gracias a los movimientos obreros. Y en esa época los trabajadores que reivindicaban sus derechos no sólo se jugaban el sueldo o el puesto de trabajo, sino también la vida, porque eran reprimidos por la fuerza, como ha ocurrido en las plazas de la Primavera Árabe.
Está claro que en los sindicatos, al igual que en los partidos políticos o entre el funcionariado, y lo mismo que en cualquier sector y ámbito de la vida, hay muchas personas que, al mirar sólo por su propio beneficio, acaban desprestigiando a todo un grupo, pero también es cierto que no por ello se tiene que invalidar la función social de una institución que es la única que los trabajadores tienen para defender sus derechos. Porque los sindicatos son de los pocos grupos de población que conocen la legislación laboral al detalle y que están capacitados para leer entre líneas (como en cualquier negociación que se precie) para intuir qué beneficio pretende conseguir el otro con su propuesta, de forma que son los más capacitados para protegernos de algo como lo que ha hecho el Gobierno al aprobar esta reforma, a menos que cada trabajador se preocupe por estar informado y defender él mismo sus propios derechos.
El problema es que, por regla general, cualquier trabajador de a pie que se lea la nueva legislación laboral va a quedarse igual que estaba a menos que no tenga un mínimo de formación o de información sobre las consecuencias prácticas de cada párrafo y sobre qué medidas alternativas se podrían proponer. Eso sólo lo conocen los juristas, los abogados laboralistas y los sindicatos. Por eso es tan grave que, en la práctica, con la reforma laboral se haya abierto la posibilidad de que las empresas se descuelguen de los convenios colectivos y del sistema de negociación con los sindicatos, puesto que un grupo de trabajadores de una empresa pequeña tardará años en saber lo que saben los sindicatos, y mientras tanto, esos trabajadores están expuestos al abuso y a la vulneración de sus derechos más básicos (salario, salud laboral, vacaciones, etc.), y para cuando quieran reclamar y denunciar esas transgresiones de la ley, muchas de ellas ya habrán prescrito. 
En consecuencia, por supuesto que la huelga sirve para algo: para que les duela la reforma, porque igualmente los trabajadores a partir de ahora vamos a ser unos esclavos, tanto si hay crisis como si nos recuperamos de ella y la economía española vuelve a repuntar. Por eso han hecho esta reforma con un carácter estructural, tirando por tierra derechos adquiridos y consolidados a lo largo de años de negociaciones entre sindicatos y patronal. Por eso los de la patronal se frotaban las manos en la rueda de prensa que dieron para dar a conocer su posición ante la reforma laboral. Y por eso, y a pesar de eso, a partir de ahora habrá que tratar de que no nos derrumben moralmente y de que tampoco nos coarten la vida y la felicidad ni nos paralicen por su cinismo.
Hay que estar más unidos y más informados que nunca.

DERECHOS EMERGENTES: HACIA EL WELFARE 2.0

(Madrilonia, 26/03/2012)
Tomás Herreros y Adrià RodríguezUniversidad Nómada

El conjunto de las transformaciones radicales de la vida económica y social -trabajo, relaciones, economía, sociedad, cultura y subjetividad- exigen un replanteamiento de los derechos que funcionaron en la segunda parte del siglo XX y que se han vuelto estériles, en las condiciones actuales, para asegurar la justicia. ¿Cuáles podrían ser estos nuevos derechos? La respuesta debe rastrearse en la cooperación social y los nuevos movimientos metropolitanos de la primera década del siglo XXI quienes, a través de sus prácticas y reivindicaciones, han puesto sobre la mesa la exigencia de un nuevo welfare 2.0, de lo que se ha venido a conocer como commonfare o derechos emergentes. En las próximas líneas se trata de explicitar algunas de éstas reivindicaciones, prácticas, que han generado los nuevos movimientos metropolitanos. Estas reivindicaciones podrían enunciarse como sigue:

Los derechos del Precariado. Lo que la jerga sociológica llamaba, utilizando a Michael Piore, el sector secundario, esto es, un sector desprotegido, con trayectorias de entrada y salida constante en el mercado de trabajo de los servicios y en el marco de la sociedad-red, se ha convertido, no en una excepción, sino en marca epocal. La nueva composición técnica del trabajo supone una ruptura antropológica que señala la hegemonía del trabajo biopolítico; señala también la feminización del trabajo –que refiere al incremento de las mujeres al mercado de trabajo, a la creciente importancia de lo afectivo, lo relacional y lo emocional en el trabajo en general, y a la privatización de la reproducción social vinculada al proceso de financiarización-; señala, finalmente, el componente fundamentalmente migrante y heterolingüe de la fuerza de trabajo. Esta nueva composición técnica del trabajo ha alzado su voz, y se ha traducido en una nueva composición política durante la última década, a través de movilizaciones diversas, siendo el Euro May Day –el 1 de Mayo del Precariado— la más significativa. Se trataba de actualizar el 1 de mayo con esa nueva composición flexible, precaria, migrante, femenina, que diluía las fronteras ya caducas entre vida y trabajo. Bajo el lema "Tenemos derechos a tener derechos" tomaron la calle figuras no reconocidas, invisibles, trabajadoras/es de cuidados, culturales, migrantes, etc. Tan importante como eso fue una puesta en escena no identitaria, más parecida a una fiesta con resonancias a las multitudinarias parades por el orgullo y la liberación gay, lesbiana y transexual. El concepto precariedad/precarización, ya no es, después de ésta y otras movilizaciones, una categoría sociológica, sino directamente política. Es una categoría que habla de la necesidad de establecer una nueva carta de derechos: el derecho a la formación, a la reproducción, a la reapropiación, a la renta, al compartir, a los comunes. De derechos a tener derechos más allá de los derechos laborales propios del marco keynesiano, caducos y amortizados.

El derecho a la Vivienda. Un derecho más específico que la nueva composición técnica ha practicado y ha exigido es el derecho a la vivienda. Para el caso español –y aunque con intensidades menores también en otras zonas europeas- la vivienda ha sido el objeto del ciclo inmobiliario provocando una inflación de precios través del crecimiento de la burbuja. Una dinámica ilustrativa de lo que líneas atrás se argumentaba en relación a la ciudad como espacio productivo y generador de externalidades, que se traducen en dicha inflación de la renta urbana. La ausencia de políticas públicas destinadas a asegurar el derecho a la vivienda –más bien se han dedicado servir a bancos e inmobiliarias-, así como la falta de liquidez y la precarización generalizadas, han llevado a inevitablemente a una expansión del crédito hipotecario. Al estallar la burbuja, este acceso a la vivienda mediante el crédito se ha traducido en una explosión de indigencia y depresión que, al menos en el España, ha expulsado ya a más de 300.000 familias a la calle sin que esto suponga la cancelación de la deuda. En ese marco surge la reclamación de la vivienda no sólo como el derecho a un techo sino como un conjunto de derechos que tienen que ver con los cuidados, la salud, los afectos, la participación política, el bienestar o las relaciones. La vivienda se ha levantado como derecho a través de distintas movilizaciones que se han producido en la última década, entre las cuáles cabe destacar la conocida por V de Vivienda. En la actualidad, es destacable el papel que está teniendo las distintas Plataformas de Afectados por la Hipoteca. Si V de Vivienda era un anuncio a la crisis, las Plataformas de Afectados por la Hipoteca son la lucha por sus efectos devastadores, y están consiguiendo una movilización social sin precedentes contra los desahucios, por el derecho a la vivienda y por el derecho a la bancarrota –sobre el cual se tratará líneas más abajo.

El Derecho a la ciudad y a la reapropiación de la política. Es remarcable cómo desde finales de los 90 y la primera década del siglo XXI ha surgido tanto una nueva tipología de centros sociales –los llamados centros sociales de segunda generaciónx- como también la emergencia a la par de instituciones culturales anómalas. Ambos espacios comparten la pretensión de hacer proliferar la vida compartida, la dimensión común de las singularidades que habitan la ciudad. Dotados de recursos económicos que ponen en juego la empresarialidad biopolítica, sitúan en un punto nodal la producción de discurso crítico y las iniciativas de autoformación. Son formas de cooperación social ni privadas ni públicas, que experimentan tipologías de gestión comunitaria de geometría variable, intentando superar la dicotomía entre la política de la representación y el aislamiento individualista, y poniendo en valor la capacidad de las ricas redes sociales para gestionar lo común a través de una institucionalidad postestatal. Estos nuevos espacios han supuesto, además de la evidente riqueza y diversidad de nuevas institucionalidades, poner en marcha importantes experimentos de empoderamiento y protagonismo social en el territorio: una relación táctica y postraumática con el poder y la política de la representación, que permite vectorizar la cooperación, los saberes militantes, las alianzas y  la legitimidad pública hacia conquistas concretas, para situarse como un actor en el escenario metropolitano.

El Derecho a la red y a los bienes inmateriales. La red como espacio de abundancia cultural y comunicativo, producido a través del trabajo colaborativo, está siendo objetivo en los últimos años de las nuevas dinámicas parasitarias del capitalismo cognitivo. Se pretende bloquear, en definitiva, la producción común de riqueza. Aquí no sólo se apuntan al conjunto de luchas que exigen la posibilidad de compartir y producir en común el conjunto de bienes inmateriales –información, conocimiento, cultura, saberes, símbolos. Los movimientos que se han desarrollado alrededor de estas demandas abarcan desde los campesinos indios que luchan contra Monsanto hasta las comunidades de software libre, las luchas por la neutralidad de la red, el número creciente de creadores que utiliza licencias libres en sus creaciones, la lucha contra las patentes farmacéuticas que privatizan saberes ancestrales de comunidades indígenas, las recientes movilizaciones contra la llamada Ley Sinde en España o el nuevo ciclo de protestas que se desarrollan entorno a la Universidad.

Derecho al default. Si financiarización está basada en la deuda, y la deuda es una anticipación del salario –o de la productividad, en el caso de estados o empresas- el derecho al default –al no retorno de la deuda- se presenta como la forma por excelencia de reapropiación de la riqueza en el capitalismo financiero. El recurso a la deuda es, cada vez más, la única salida viable de millones de familias que se encuentran con dificultades de acceder a un welfare privatizado y a un salario precarizado. Numerosas luchas se han enfrentado a esta situación. De un lado las movilizaciones contra la deuda hipotecaria pero también las luchas de estudiantes en EEUU o Chile contra la deuda estudiantil, o las múltiples protestas que crecen en toda Europa contra la condena que supone el pago de la deuda soberana acumulada por los distintos estados. El no retorno de la deuda no sólo bloquea la forma de apropiación financiera sino que supone un no reconocimiento de la legitimidad de los acreedores. En el contexto español las luchas por el impago de la deuda hipotecaria –llamada Ley de la Dación en Pago-, coordinadas por las Plataformas de Afectados por la Hipoteca, descritas anteriormente, han conseguido parar ya más de 100 desahucios y conseguirán, sin ninguna duda, que las centenares de miles de familias que se encuentran esclavizadas por la deuda, puedan cancelarla y empezar desde cero. Todo un gesto de rechazo a la legitimidad de bancos y a su modo de apropiación feudal de la riqueza.

Derecho a la renta. El derecho a la renta se ha ubicado, durante esta última década, como una cuestión central para los nuevos movimientos. La renta, aquí no sólo asume la dimensión de la distribución de la riqueza en forma de moneda –renta directa, Renta Básica Universal- sino de medios de reproducción de la sociedad misma –renta indirecta, servicios, transportes, comunicación, recursos, infraestructuras. De esta forma los movimientos han exigido la disposición, distribución y acceso a los medios necesarios para la autonomía y reproducción social. Las luchas por la renta directa e indirecta vienen aquí a sustituir lo que en el fordismo fueron las luchas por el salario directo e indirecto, y que se materializaron en lo que conocemos como welfare 1.0. Sin embargo, lo que aquí es central, es el reconocimiento de que la riqueza es producida socialmente, y no sólo en el trabajo, y que por lo tanto el welfare tiene que ser entendido no en base a la solidaridad interclase o al paternalismo sino al reconocimiento de la producción social y al crecimiento de la potencia de dicha producción común de riqueza. En distintos lugares se han desarrollado luchas por el transporte colectivo metropolitanoxiii, por la sanidad o la educación garantizadas, por el derecho a la comunicación y a la información, o por la Renta Básica Universal –estas últimas sobretodo en Italia. Las luchas de esta última década, por lo tanto, han ido más allá de la idea de justicia redistributiva vinculada al welfare 1.0, han entendido que la riqueza no sólo se produce en el trabajo sino en el conjunto de la metrópolis. La riqueza, han apuntado, es el resultado del conjunto de procesos y sinergias metropolitanas: comunicación, movilidad, transporte. Por ello, el reclamo de renta se realiza en base a la reapropiación de los mecanismos mismos de expansión de dicha riqueza social. Las luchas por la renta han sabido identificar, para concluir, la justicia distributiva –y no la justicia redistributiva- como el centro de la cuestión.

Derecho a la hibridación, a la diferencia y a la movilidad. Son los procesos migratorios y de hibridación los que conforman las identidades y constituyen la riqueza cultural y social. Los movimientos migratorios y la circulación global de cuerpos y culturas redibuja constantemente el mapa global de las identidades y las diferencias. Sin embargo podríamos decir que la libertad de las finanzas en la globalización neoliberal es inversamente proporcional a la libertad de circulación de las personas. Las fronteras –físicas, institucionales, de renta, culturales, etc…- y sistemas de control no sólo bloquean la libertad de movimiento sino la libertad de hibridación y de transformación biopolítica a través de la diferencia. Las luchas de los sin papeles, de los migrantes, de los manteros, los conflictos de las banlieues o los london riots señalan la necesidad de repensar nuevas formas de ciudadanía y nuevos derechos a la altura de la globalización, que finalicen las formas de segregación racial y cultural y las nuevas formas de apartheid metropolitano. Estas luchas y conflictos han expresado que es necesario reconocer la riqueza que supone la diferencia y la hibridación, y que, a menos que esta riqueza sea reconocida –con nuevos derechos-, se constatarán crecimientos exponenciales del racismo y del nacionalismo, que incluyen, en su eslabón más demente, ejemplos como el de Anders Breivik en Noruega.

Todas estas luchas tienen que ser entendidas como un proceso constituyente –no un proceso concluso- que expresa la necesidad constante de reinventar los derechos. Son luchas que dan forma a lo que podría llamarse el sindicalismo social metropolitano que bajo formas de movilización democrática incentivan la producción de derechos como forma de materialización de derecho a la ciudad. De toda la producción de derechos, los comentados, los citados u otros expresados en los últimos años que aquí no se explicitan por motivos de espacio, pueden destacarse tres aprendizajes.

El primero radica en su expresión en la forma movimiento. Han surgido en la estela del movimiento global, es decir, utilizan y actualizan sus repertoires. Por un lado, el uso de Internet y de las redes sociales como espacio de organización y por lo tanto como espacio directamente político –con muchas consecuencias, una de ellas, y no poco importante, la autorepresentación y la creciente indiferenciación entre activistas y no activistas. Por otro lado, la invención y profundización de una nueva geografía política, una nueva geografía de la hostilidad. La novedad, por el contrario, cabe encontrarla en la reterritorialización, el énfasis en la metrópolis, en la explicitación del cuerpo que soporta la explotación, en la observación de los procesos de precarización y la parasitación de la riqueza social, pero también la emergencia de nuevas subjetividades urbanas. Muestran, en éste sentido, la creciente segmentariedad social y la inclusión diferencial. Pero también la centralidad de la cultura, de la cooperación social, del general intellect en la producción de la ciudad. ¡La riqueza somos nosotros!, han dicho una y otra vez éstos movimientos refiriéndose a la multitud metropolitana.

El segundo rasgo es que cabe situarlos en la movilización de los pobres metropolitanos. Nombrar la categoría pobres no refiere a una figura de excepción, tipo la del marginado social. Por el contrario, se nombra al conjunto de precarios que habitan la ciudad: migrantes, hipotecados, estudiantes, investigadores, trabajadoras domésticas, cuidadoras, parados, trabajadores culturales y creativos. Son pobres porque poseen poco más que su cuerpo y alguna prótesis tecnológica pero sin embargo producen el mundo. Pobreza aquí no es el nombre de la carencia sino de la potencia; de la potencia de producción del mundo y la vida social. Pobreza es, por lo tanto, el punto de unión entre producción y explotación. Precariedad, por su parte, no es el nombre de la unidad sino de la diferencia. La precariedad indica la necesidad de pensar formas de organización transversales entre las distintas figuras de la pobreza –migrantes, mujeres, estudiantes, hipotecados, parados, investigadores. La precariedad indica la necesidad de pensar una política de la diferencia, del disenso, de la traducción, de la multiplicidad, de la interseccionalidad.

El tercer rasgo refiere al hecho que los movimientos afirman sin ambivalencias a través de sus prácticas que dada la productividad de la ciudad, los derechos deben ser derechos urbanos. O, mejor, derechos emergentes: la condición de emergencia de estos nuevos derechos se explica dado que son plenamente definidos por las luchas, por el poder constituyente metropolitano. Estos derechos son la antesala, el contenido, de lo que podría ser la carta de derechos, sobre el cuál debe articularse el welfare 2.0. El corolario de las cuáles son nuevas formas de gobierno y por tanto de reinvención de la democracia. Los movimientos han señalado, por lo tanto, el error que supone establecer unos derechos de una vez por todas, y de que se trata es de inventar los mecanismos institucionales para que sean las luchas mismas las que puedan renovar constantemente la producción de derechos. He aquí la reactualización de la política, y la verdadera posible salida de la crisis.

LOS IDUS DE MARZO DE LA DEMOCRACIA

(Nueva Tribuna, 26/03/2012)


Orencio Osuna
César: Los idus de marzo han llegado.
Adivino: Sí César, pero aún no han pasado.
("Julio César". W. Shaskespeare)

Este mes de marzo –con su sucesión de anuncios sobre el inmediato advenimiento del Apocalipsis si el país no se postra ante el "sentido común" de Rajoy– está resultando ser, para los derechos sociales, económicos y legales de los ciudadanos españoles, tan funestos como lo que fueron los legendarios Idus de Marzo para Julio César, la fecha de su asesinato. Según el historiador Gayo Suetonio, el César recibió veintitrés puñaladas de los  senadores confabulados, capitaneados por Bruto –su hijo adoptivo–, antes de expirar. En nuestros idus de marzo contemporáneos los perpetradores del golpe de mercado no precisan de sangrientas puñaladas (por ahora), tan desagradables y poco finas. Tampoco necesitan esconderse, ni andarse con secreteos: actúan a la luz  de las cámaras y a micrófono abierto en sus suntuosos aquelarres de la UE e, incluso, se permiten escenificaciones alegóricas como las protagonizadas por de Guindos y Juncker  en su  graciosa imitación del estrangulador de Boston o la pose de duro Harry el Sucio fingida por Rajoy ante su homónimo finés fardando de que –¡a Él¡ – la "extremadamente agresiva" reforma laboral le iba a costar una huelga general. ¡Estos tipos no parecen necesitar ni de las enseñanza del Actor's Studio ni siquiera del defenestrado –por Ana  Botella– Mario Gas para representar este sainete, ya que con su natural cara dura les basta y sobra¡

Mucho antes de que el PP –bajo el  disfraz de Buster Keaton silente de MR– ganase las elecciones, era fácil adivinar que, al neonato welfare state celtibérico, se le propinaría una  buena dosis de aceite de ricino y un apurado rapado al cero con los que no le iba a reconocer ni la madre que lo parió. En menos de cien días el gobierno Rajoy –acompañado congoebbeliana alharaca de los medios del régimen– ha sido capaz de no dejar ni  rincón ni intersticio a resguardo de la bliltkriet contrarreformadora ordenada por los Merkozy de aquí y acullá. Nuestros españolísimos fanáticos de la "consolidación fiscal", de la "estabilidad presupuestaria", de la "devaluación competitiva de los salarios" y demás bazofia engañabobos, lo que pretenden es expoliar las rentas salariales, desviar torticeramente de los ingresos públicos cifras  megamillonarias a la banca y otros parásitos empresariales y socavar cualquier regulación pública del rampante capitalismo dickensiano. Esa es la pura verdad, lo diga Agamenón o su porquero.

Por si fuera poco, han desempolvado las viejas porras y correajes –ocultas en los trasteros de la Transición– y se disponen a acometer con viril determinación cualquier atisbo de libertinaje, rojerío, separatismo, homosexualidad o ateísmo que anide como venenosa sierpe en la eterna España. Aquí todo vale: so capa de la  Gran Estafa Mundial lo que se quiere es someter a la sociedad y las instituciones democrática a los intereses de lo que MattTaibbi ("Cleptopía". Editorial Lengua de Trapo) bautiza como "clase estafadora", es decir a los beneficiarios  del capitalismo de casino y sus lacayos.

El poder omnímodo de esa turba de ultraliberales, de nacionalcatólicos, de patriotas de pelo en pecho, de chovinistas, de concesionarios de prebendas y adjudicatarios de  subvenciones, que hoy gobierna hasta el último rincón del estado español, quiere además –del tirón– ajustar cuentas con tantos años de dictadura roja y  hacer su castizo paso del Rubicón con la democracia. Así, el derecho al aborto (ese genocidio), a la ciencia que niega el creacionismo (que apostata de la voluntad de dios), a la cultura de los titiriteros (trincones y chupones),  a las patéticas políticas de igualdad (que facilita la violencia estructural a favor del genocidio), a las casas de acogida de las mujeres maltratadas (¡algo habrán hecho¡), a las calefacciones y el papel higiénico de las escuelas (no lo necesitan esos escolares perroflautas), a  las costosas medicinas y los lujosos quirófanos (el vicio de los viejos), a la ayuda al desarrollo (esos indios y esos negros no quieren trabajar, ¡que se vayan a Laponia¡) y a los yonquis de mierda (¡que no se droguen, hombre¡), a los dependientes (que para eso están las mujeres de las familias) y los sin techo (¡que se laven, coño¡), a las jodidas autonomías (menos las buenas, las suyas) y a los despilfarradores ayuntamientos (menos el reino de Gallardón y Botella), a los puentes y las fiestecitas populares (que sino los alemanes dirán que somos unos vagos)… bien pues toda esa morralla hay que liquidarla, laminarla, suprimirla, para ser un país serio, fiable y como dios manda.

Los derechos  laborales –conquistados con sangre, sudor y lágrimas por generaciones de trabajadores–  han sido objeto de un auténtico coup d'Etat con la llamada "reforma del mercado laboral" impuesta mediante un  decreto/estafa inconstitucional, injusto e inmoral. La legislación laboral es objeto de mofa y escarnio por las falanges de expertos de las FAES, FUNCAS y otros think thank bien provistos de fondos de reptiles, así como  por los escuadristas de la CEOE que anhelan convertir a todos los trabajadores españoles en chinos o agradecidos empleados de los Roig y Arturo Fernández –que no se sabe que es peor– o minijobistas a cuatrocientos euros el cuarto y mitad, como los siete millones de "empleados" del Eldorado alemán. Esa caterva de desvergonzados (¿o sinvergüenzas?) puede que un día de estos propongan que los perceptores del seguro de desempleo y de los PER hagan donación forzosa decsus ingentes emolumentos a un Fondo de Inversión Patriótico gestionado por Don José María Ruiz Mateos, Don Mario Conde y Don Javier de la Rosa, a condición –en aras de una exquisita transparencia– de una supervisión pública dirigida por Doña Pilar Valiente (la que da "agua" a los trileros en caso de peligro), Don Paco Camps (a cargo de la sección de vestuario, complementos y efectos especiales) y Don Francisco Javier Guerrero (alias el ERES, el dealer del equipo).

Según los señoritos guapeaos (como cantan los magníficos Los Delincuentes) del casposo TDT Party (y los que se suman, en ocasiones, las actitudes antisindicales y antipolíticas de algunos resistente de nuevo cuño) los sindicatos de clase y sus dirigentes son una morralla de aprovechaos, cuyo ethos consiste en no dar palo al agua y ponerse ciegos de percebes y gambas a cargo del erario público. El hecho que, por ejemplo, a Méndez le gusten los relojes de lujo falsos y no los que gasta Richi Costa o que Toxo derroche su paga extra en un crucero en camarote con cama de matrimonio en vez de ser invitado al yate de Botín, constituye la prueba irrefutable de la consustancial corrupción moral, económica y estética  de esos cabecillas.

Ese fuego artillero –pleno de vilipendios y patrañas– contra el sindicalismo tiene como fin aniquilar las defensas de los trabajadores en la feroz lucha de clase (¡huy que término tan anacrónico, dirán algunos intelectuales orgánicos del stablisment¡)  desatada por los insaciables ultracapitalistas de nuestra época. Después –ya pronto– la próxima pieza de este jaque permanente será la "regulación"  de la libertad de huelga, de los piquete y de los convenios, de las bajas de enfermedad y de los horarios de trabajo, de las vacaciones y de la movilidad laboral, de la entronización del patrón (¡sí, el patrón¡) como autoridad investida y  del control policial de los trabajadores.

Como decía el poema de Blas de Otero "Aquí no se salva ni Dios, lo asesinaron. Tu nombre está ya listo, temblando en un papel". La delirante Cleptopía de la clase estafadora española sueña con nuevos paraísos  en los que el sindicalismo de lucha de clase se troque en el añorado sindicalismo vertical, con el  que empresarios, enlaces y jurados trabajen al unísono, sin enfrentamientos fraticidas, en pos de las fuentes  de miel y ambrosía (y pasta a mogollón) que nos deparará la unidad del capital y el trabajo. ¡Después ya se verá si también conviene tener una representación parlamentaria por el Tercio Sindical¡

En la tragedia de Shakespeare el honrado Bruto les decía a sus secuaces: "Mis nobles amigos, matémosle con brío, pero sin saña. Cortémosle como manjar digno de los dioses y no como carnaza para los perros". Los dioses a los que se ofrenda el suculento despojos del "estado bienestar" son personas de carne y hueso, aunque quizás no muy humanos. Como dice Casca –uno de los asesinos– "Segando veinte años de vida segamos veinte años de miedo a la muerte" a lo que Bruto contesta "En tal caso, somos amigos de César al ahorrarle años de miedo a la muerte". ¡No si, al final, tendremos todos que agradecer a esos tiparracos que las putadas que nos hacen son por nuestro propio bien¡ ¡Vamos anda ya ¡El 29-M merecen una respuesta!