(El Periscopio, 19/03/2012)
Hace 200 años España marcó el camino de lo que pudo haber sido y no fue. El 19 de Marzo de 1812 las Cortes de Cádiz aprobaban la primera Constitución española, y una de las más progresistas de aquél tiempo de inmensos cambios. La soberanía reside en el pueblo, se establece la separación de poderes, el sufragio universal (aunque solo masculino, no andaban los tiempos
para alharacas), la instrución para todos… Sigue siendo, sin embargo, un
estado confesional católico. Con todo, un hito impensable en un país
por el que no se daba un duro fuera. Como recuerda hoy José María
Lasalle (Secretario de Estado de Cultura del Partido Popular), el
pensador, escritor y teólogo español Blanco White escribió: “Se
enuncian y examinan los principios políticos en una nación a quien
todavía Europa creía, por larga y continua opresión, ajena enteramente
de semejantes investigaciones y sumida en la más profunda ignorancia”.
Una España levantada contra el ejército invasor francés, buscó en
Cádiz la salida democrática que los más avanzados países también
intentaban con las Constituciones de EEUU o Francia. Había atravesado el
siglo XVIII en lucha por abrirse a la modernidad, zancadilleado por
coronas, crucifijos, sotanas o caspa que apenas habían dejado entrar la
Ilustración por los Pirineos. A pesar de ello también aquí soplaron
parcialmente los vientos del progreso. Con coraje y riesgo. La
Constitución que hoy celebramos estuvo sólo dos años en vigor porque el
“deseado” Borbón Fernando VII se la cargó de un plumazo. Sus autores
sufrieron exilio o cárcel, como dios manda. El involucionismo español
jamás ha pasado por esos trances. Más aún, sus desmanes y delitos
siempre han quedado impunes. Pero La Pepa aún tuvo una consecuencia
positiva más como tal: impregnó al Imperio español que se extendía
entonces más allá de la otra frontera del Atlántico: aquí y allá los
ciudadanos dejaban de ser súbditos. Y hay avances trascendentales que
nunca asisten al retroceso completo. La resucita el trienio liberal
(1820-23) -“trienio” y pare Vd. de contar- y después el final de la II
República en el 36. Jalonados de dictaduras y hasta golpes de Estado
fascistas, del predominio de un conservadurismo atávico, no tuvimos otra
Constitución hasta 1978 y con los defectos (entre otros) que señala
Enrique Gil Calvo: presidencialismo por parlamentarismo…
“Es verdad que el Parlamento tiene reservado el poder de elegir
al jefe del Gobierno, pero una vez investido este, sus poderes
respectivos se invierten, quedando el legislativo sometido al ejecutivo.
De ahí que los ministros solo sean responsables ante el presidente que
les nombró, quien además dispone de la iniciativa legislativa y de la
facultad de disolver las Cortes a discreción. Un reforzamiento del poder
ejecutivo que la Constitución de 1978 estableció para evitar la
inestabilidad política, pero que se sitúa en las antípodas del modelo
liberal de 1812”.
Ofende que la derecha española intente apropiarse también de la
Constitución de 1812. Manosear las palabras (es decir, las ideas) lleva a
pensar que aquellos “liberales” tienen algo que ver con éstos. El colmo
de la desfachatez ha sido la nueva boutade de Rajoy al declarar,
manipulada e interesadamente, que busca un cambio en Andalucía “como el que supuso La Pepa”.
Porque espero que realmente no se crea que las medidas de su gobierno
implican alguna senda de progreso. Aunque él es capaz hasta de eso, de
creerse el creador de “un tiempo nuevo”, positivo se entiende. De hecho
también emplea esa expresión. El colmo.
Doscientos años perdidos, de perseguir y hasta masacrar toda idea de
avance. Cierto que al calor de los tiempos llegamos a tener una
democracia formal, pero aquella instrucción o educación que siempre se
propugnaba en las “primaveras liberales” como defecto y solución de los problemas de España sigue bajo mínimos. Solo así se explica lo ocurre en España.
Si de verdad quieren festejar a La Pepa habrán de cambiar la Ley
Electoral para que sea verdad que la soberanía reside en el pueblo como
marca la Constitución vigente. Y en aras de esa soberanía que deje de
imponerse el criterio del poder económico y la mano dura para reprimir
la disidencia hacia las actuaciones arbitrarias de nuestros
representantes (que no son otra cosa aunque desde el Olimpo no lo tengan
en cuenta). A modo de comienzo. Porque también se precisa mantener y
acrecentar la enseñanza pública, y la sanidad pública, y los derechos
que ostenta el pueblo soberano que, además, paga y costea a las élites.
De entrada, lo mejor es que
quiten sus sucias manos de La Pepa: el mejor símbolo de su cutrez y
mala intención está en la portada que encabeza este artículo y que el
buen gusto me impide reproducir.
¿Es posible aún reconducir este país? Yo creo que sí. Por aquellos
valientes demócratas de Cádiz sabemos que, aunque lo parezca, no todo es
mugre en España.
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