SECUNDAR O NO SECUNDAR LA HUELGA DEL 29M


Noelia Alarcón Hernández - Licenciada en Humanidades

Si uno se lee entera la reforma, se dará cuenta de que es una aberración para con los derechos laborales, pero tal como comentan últimamente algunos políticos y muchos ciudadanos de a pie, la huelga que han convocado los sindicatos contra ella para el próximo 29 de marzo, efectivamente, de poco va a servir para que el Gobierno cambie lo fundamental del texto, y no digamos ya para que se retracte y lo retire en su totalidad.
Igual pasaría si se hiciera un referéndum o con cualquier otra manifestación de la opinión pública, ya que todo depende de la voluntad de las personas a las que les hemos dado el Gobierno (nuestro gobierno, nuestra libertad), y, en este caso, ellos ya han dicho que no están por la labor de cambiar nada. ¿Por qué? Porque la crisis económica mundial les ha dado la excusa perfecta para llevar a cabo medidas que suponen recortes, y no sólo económicos, sino también de derechos. Y esos derechos son precisamente los encargados de proteger en circunstancias como la actual a los que están en una situación más vulnerable (que, además, son los más numerosos entre la población).
Pero gracias a esta crisis (que no olvidemos que es financiera, es decir, provocada por la mala gestión de los bancos, y, en definitiva, por los ricos) esos recortes de derechos que se están efectuando no van a ser demasiado duramente criticados ni dentro ni fuera de nuestras fronteras; dentro, porque las clases media y baja están tan ocupadas intentando que la crisis no las arrastre que no tienen demasiado tiempo de ocio como para dedicarse a la intelectual tarea de analizar en detalle lo que está pasando; y fuera, por lo mismo, porque el revuelo generalizado que la inquietud por la expansión de la crisis y por la urgente búsqueda de vías de solución a la misma ha generado en toda Europa, así como en EEUU y en el resto del globo (algunos menos afortunados con crisis políticas y guerras civiles de por medio), hace igualmente difícil que nadie se preocupe por nimiedades como la defensa de los derechos fundamentales del pueblo griego o del pueblo español.
Pero no por ello la huelga es menos eficaz para los trabajadores en otro sentido, porque la reforma laboral seguramente no tiene marcha atrás, eso es cierto, pero al trabajador todavía le queda la amenaza de privar al empresario de su fuerza de trabajo, de negarle sus servicios, aunque sea por dignidad... Porque lo que, desde luego, es incontestable es que nos han recortado nuestros derechos existiendo una alternativa más justa, como, por ejemplo, el embargo de parte de sus bienes y la recaudación de impuestos a las rentas más altas, dada la extraordinaria gravedad de la situación y como medida excepcional hasta que salgamos de la crisis (excepcionalidad que, por cierto, no han querido que fuera una de las características de la reforma laboral, que es estructural y no coyuntural porque pretenden que sea una reforma definitiva de las relaciones laborales).
Que el hacer huelga supone perder el sueldo base de un día, con todos los pluses y prorratas de pagas extra y no cotizar ese día a la Seguridad Social, cierto es; que las empresas y la economía española en su conjunto van a perder unos mil millones de euros a causa de la jornada de huelga, también es cierto. Pero al menos eso va a servir para dejar de manifiesto que la rebaja de derechos sociales al grueso de la población no es gratis y también para que los trabajadores tomen conciencia de que los derechos laborales es algo que deben proteger y reivindicar siempre ante sus empresas, porque el no hacerlo no les afecta sólo a ellos, sino también a los demás, en la medida en que esos derechos son un patrimonio que están contribuyendo a que se pierda, porque, aparte de su esfuerzo, la única fuerza que posee el trabajador (y no es poca) es la de la unión.
Y cuando algunos opinan que las pérdidas económicas de la huelga o la imagen de inestabilidad y falta de cohesión interna que puede dar España en el extranjero son más importantes en este momento que el ejercicio del derecho de los trabajadores a manifestar su desacuerdo con las medidas impuestas, calificando la huelga de inoportuna y poco constructiva, quizá deba plantearse que lo que sí resulta inoportuno y poco constructivo es precisamente una reforma de este tipo, porque había alternativa a esas medidas y, por lo tanto, las pérdidas económicas que pueden producirse no son culpa de que se ejerza un derecho fundamental, sino de que sea necesario ese ejercicio para reivindicar unos derechos humanos, para manifestar una injusticia. La amenaza de la huelga, esa amenaza a los empresarios, como grupo de presión, de perder sus beneficios, es la única que consiguió darnos nuestros derechos laborales, precisamente gracias a los movimientos obreros. Y en esa época los trabajadores que reivindicaban sus derechos no sólo se jugaban el sueldo o el puesto de trabajo, sino también la vida, porque eran reprimidos por la fuerza, como ha ocurrido en las plazas de la Primavera Árabe.
Está claro que en los sindicatos, al igual que en los partidos políticos o entre el funcionariado, y lo mismo que en cualquier sector y ámbito de la vida, hay muchas personas que, al mirar sólo por su propio beneficio, acaban desprestigiando a todo un grupo, pero también es cierto que no por ello se tiene que invalidar la función social de una institución que es la única que los trabajadores tienen para defender sus derechos. Porque los sindicatos son de los pocos grupos de población que conocen la legislación laboral al detalle y que están capacitados para leer entre líneas (como en cualquier negociación que se precie) para intuir qué beneficio pretende conseguir el otro con su propuesta, de forma que son los más capacitados para protegernos de algo como lo que ha hecho el Gobierno al aprobar esta reforma, a menos que cada trabajador se preocupe por estar informado y defender él mismo sus propios derechos.
El problema es que, por regla general, cualquier trabajador de a pie que se lea la nueva legislación laboral va a quedarse igual que estaba a menos que no tenga un mínimo de formación o de información sobre las consecuencias prácticas de cada párrafo y sobre qué medidas alternativas se podrían proponer. Eso sólo lo conocen los juristas, los abogados laboralistas y los sindicatos. Por eso es tan grave que, en la práctica, con la reforma laboral se haya abierto la posibilidad de que las empresas se descuelguen de los convenios colectivos y del sistema de negociación con los sindicatos, puesto que un grupo de trabajadores de una empresa pequeña tardará años en saber lo que saben los sindicatos, y mientras tanto, esos trabajadores están expuestos al abuso y a la vulneración de sus derechos más básicos (salario, salud laboral, vacaciones, etc.), y para cuando quieran reclamar y denunciar esas transgresiones de la ley, muchas de ellas ya habrán prescrito. 
En consecuencia, por supuesto que la huelga sirve para algo: para que les duela la reforma, porque igualmente los trabajadores a partir de ahora vamos a ser unos esclavos, tanto si hay crisis como si nos recuperamos de ella y la economía española vuelve a repuntar. Por eso han hecho esta reforma con un carácter estructural, tirando por tierra derechos adquiridos y consolidados a lo largo de años de negociaciones entre sindicatos y patronal. Por eso los de la patronal se frotaban las manos en la rueda de prensa que dieron para dar a conocer su posición ante la reforma laboral. Y por eso, y a pesar de eso, a partir de ahora habrá que tratar de que no nos derrumben moralmente y de que tampoco nos coarten la vida y la felicidad ni nos paralicen por su cinismo.
Hay que estar más unidos y más informados que nunca.

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