LA CRISIS ES UNA ESTAFA Y UN CRIMEN ECONÓMICO CONTRA LA HUMANIDAD

(Punts de Vista, 26/01/2012)

En marzo del 2009 Shoshana Zuboff, profesora de Administración de Empresas en la Harvard Business School, publicó en el BusinessWeek un artículo que, a pesar de su importancia –o quizás por eso mismo— apenas ha tenido repercusión. Con el título "Delitos Económicos de Wall Street contra la humanidad" denunciaba la falta de regulaciones y control que había heho posible que determinadas empresas recibieran grandes ayudas y subsidios, a pesar de las consecuencias negativas que su actuación había tenido para millones de personas. La dureza del escrito se refuerza por el hecho de que Zuboff relaciona los estragos de la crisis que vivimos con lo que Hanna Arendt escribió para el The New Yorker sobre el criminal de guerra Adolf Eichmann cuando asistió a su juicio en Jerusalen. Arendt reflexionaba entonces sobre "la extraña interdependencia entre la irreflexión y el mal" que la llevó a acuñar su famosa fórmula sobre "la banalidad del mal". Arendt no vio en el criminal de guerra Eichmann a nadie "pervertido ni sádico", sino a un ser "terriblemente y aterradoramente normal".

Shoshana Zuboff deja bien claro que la crisis económica no es el Holocausto. Pero, dicho esto, sí piensa que este modelo económico en el que vivimos "produce el mismo tipo de alienación e inconsciencia, agravado por la supresión generalizada de los juicios morales. A medida que aprendemos más sobre el comportamiento de nuestras instituciones financieras, vemos que casi todo el mundo acepta un sistema duro e irresponsable que recompensa a sus "insiders" pero niega que tengan ninguna responsabilidad por las consecuencias de sus transacciones. Banqueros y especialistas financieros participan de un modelo empresarial que celebra lo que es bueno para los "insiders" mientras se deshumaniza y distancia de todas las demás personas: los "outsiders". 

La autora calificaba este comportamiento de "narcisismo institucionalizado" y lo concretaba en el desprecio por el "otro" que se demuestra en su última expresión al privar de casa a tantas familias mediante el mecanismo de hipotecas de alto riesgo, o el negocio de derivados por el que no hay que rendir cuentas a nadie (o la destrucción de un sistema público de salud con toda el atentado a la equidad que supone, podríamos añadir con argumentos fundamentados). Al igual que lo que sucede con las personas que se ven desatendidas por el sistema sanitario, la autora nos explica que el sufrimiento de una familia obligada a abandonar su casa o la de un jubilado expuesto a perder su pensión, parece (y es) invisible para los "insiders", y a efectos prácticos no existe. Y continúa: "El proceso a Eichmann envió el mensaje al mundo de que los individuos deben responder por los criterios que adoptan, a pesar de las circunstancias institucionales tóxicas." Lo que interesa destacar es que este mensaje no se limita a los horrores indescriptibles del asesinato en masa en tiempos de guerra, sino que "no se puede culpar al sistema por las cosas malas que cada uno ha hecho". Desde los días de Eichmann en Jerusalén, nuestra comprensión de los derechos humanos ha evolucionado para incluir los derechos económicos, sociales y culturales. La Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la ONU incluye "la promoción del progreso social y elevar el nivel de vida con mayor libertad".

Para consternación del mundo, miles de hombres y mujeres encargados de nuestro bienestar económico están fracasando sistemáticamente en cumplir con las nomas básicas de una conducta civilizada y no parecen capaces de discernir entre el bien y el mal. Y lo que es peor, parece que no existen instancias jurídicas capaces de hacerles responder por sus acciones. La seguridad de millones de personas en todo el mundo ha quedado amenazada o destruida por cómo los responsables políticos abordan las políticas que imponen bajo el shock de la crisis (releer a Susan George), y nadie que no sea "insider" (o lo que es lo mismo, una persona con grandes recursos económicos) parece estar a salvo.

De acuerdo con Shoshana Zuboff, la crisis económica ha demostrado de nuevo que la banalidad del mal se oculta dentro de un modelo económico ampliamente aceptado que puede pone a personas y pueblos en situación de precariedad y de riesgo. Se pregunta si no deberían las empresas rendir cuentas por su conducta, y por los derechos que conculcan, pero también si no deberían hacerlo las personas cuyas acciones han desencadenado consecuencias tan devastadoras. Y entre ellas, creo yo, deberían estar los políticos amparados por la corrupción, escondidos detrás de "los mercados", guiados por la cobardía y la insolidaridad hacia las personas por las que se supone deben gobernar en aras del "bien común". Shoshana Zuboff cree (y yo comparto su convicción) que la crisis, la creciente evidencia de fraude y corrupción, los conflictos de intereses, la indiferencia ante el sufrimiento, el rechazo por asumir responsabilidades, y la ausencia sistemática del juicio moral individual está produciendo una masacre en la administración de la economía cuyas proporciones constituyen un auténtico crimen económico contra la humanidad.

Ver también el artículo sobre los crímenes económicos contra la humanidad de Lourdes Benería y Carmen Sarasúa.

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