TAMPOCO ES PAÍS PARA JÓVENES

(Blog de Jordi Sevilla, 03/11/2011)

Me gustaría conocer la opinión de los candidatos a la Presidencia del Gobierno sobre el movimiento 15-M. Al principio, mucha gente lo intentó asimilar a movidas juveniles precedentes como las contraculturales, el hipismo, los altermundistas o mayo de 1968. Pero como tuvimos ocasión de analizar el pasado fin de semana en las Tertulias anuales Hispano Británicas, en Cardiff, seguramente tiene algo de todos ellos, pero se trata de una cosa diferente, con identidad específica todavía por determinar con certeza.

Tampoco deberíamos pensar que se trata, solo o fundamentalmente, de una reacción normal a la compleja situación económica por la que atravesamos y que golpea, de manera decisiva, a los jóvenes. Es cierto que la elevada tasa de paro mediante la que se manifiesta esta larga crisis, se incrementa entre el segmento de edad de los menores de 25 años. De acuerdo con Eurostat, la media de paro juvenil duplica, con un 21% en la Unión Europea, a la de adultos, con picos elevadísimos como el 41% de España, todo ello, a pesar de ser la generación mejor formada de la historia reciente del continente.

Si esa fuera la única explicación, no se entendería el inmenso caudal de simpatía que ha despertado el movimiento en todos los segmentos de la sociedad hasta el punto de que algunos estudios determinan que más del 70% de los encuestados, de todas las edades, consideran que "los indignados" tienen razón en las cosas por las que protestan, más de la mitad desearían que continuara el movimiento, a pesar de que el 73% dice que sus actuaciones no van a tener ninguna influencia en las preferencias de voto.

En realidad, parecería que las acampadas, las asambleas y la reivindicación práctica de otra forma de hacer las cosas, han sido la punta de un iceberg que representaría un elevado malestar social generalizado. Se podría decir que las acciones del 15-M han ejercido la función de ese niño que, en el cuento, señala lo que todos ven pero nadie se atreve a decir: que el Rey está desnudo. Y lo han hecho en, al menos, dos cuestiones esenciales que nos afectan a todos.

En primer lugar, han evidenciado las promesas incumplidas de una sociedad basada en el crecimiento, supuestamente ilimitado, un esquema de bienestar en permanente ampliación y unas oportunidades abiertas al desarrollo pleno de las capacidades individuales. Por el contrario, los jóvenes y los que ya hace tiempo que lo fueron, confrontamos recesiones económicas cíclicas, límites al desarrollo en forma de efectos externos negativos, como la acumulación de residuos o el calentamiento global; crisis fiscales del Estado que obligan a recortes recurrentes en las políticas sociales y unas ofertas laborales que, desde su precariedad, difícilmente permiten la realización de proyectos de vida personal o, incluso, proporcionar una independencia mínima.

Las protestas tendrían que ver, pues, con la frustración ante unas expectativas no cumplidas. Ello las diferencia de forma radical de los movimientos asociados a mayo de 1968, donde los jóvenes manifestaban su rechazo ante las posibilidades ofrecidas entonces, ya que no querían vivir como sus padres, sino de acuerdo a valores y principios muy distintos. Ahora, sin embargo, no quieren vivir peor que sus padres ya que temen que no será posible hacerlo igual, ni desde el punto de vista cualitativo, ni cuantitativo. No es que nuestros jóvenes sean más acomodados o tengan mayor aversión al riesgo que antes, sino que les hemos prometido cosas que se han creído y, ahora, no somos capaces de cumplirlo.

La crisis evidencia la elevada relación que tiene nuestro estilo de vida de un consumismo convertido tanto en elemento de realización permanente de beneficios para las empresas, como en instrumento de consecución de satisfacciones para los consumidores. Sin embargo, la forma desigual del reparto primario de renta deja a millones de trabajadores sin posibilidades de acceder a esos niveles de consumo a que incita la publicidad y el sistema en su conjunto. Entonces, se recurre al endeudamiento desaforado hasta generar las burbujas especulativas que han estallado en forma de activos tóxicos secuenciales.

La sociedad que tenemos, no permite a una parte importante de ciudadanos acceder a los estilos de vida que se les presentan como ejemplares. Esta contradicción genera insatisfacción y, a veces, revueltas.

En segundo lugar, las protestas han evidenciado las tremendas dificultades existentes para modificar, a partir de la política y de las instituciones democráticas, ese estado de cosas. Las críticas al sistema de partidos señalan la existencia de un bloqueo que hace, casi imposible, que las cosas cambien, en el sentido deseado por los ciudadanos. Así, la actividad política ya no se percibe como una profesión dedicada a resolver problemas reales de la gente, sino como algo finalista y endogámico que prioriza el interés de partido frente al general. De ahí surge una desconexión entre electores y elegidos, los gritos de "no nos representan" y las ensoñaciones respecto a la democracia directa.

Con todo ello, el movimiento rompe con el tópico de unos jóvenes indiferentes frente a "la cosa pública" a la vez que plantea problemas transversales en el sentido más amplio del concepto: de edad, condición social e incluso adscripción ideológica. Y plantea un auténtico reto a los responsables políticos que son criticados por el tipo de sociedad que han permitido construir, por limitar las opciones de participación apenas al voto cada cuatro años y por actuar sin tener en cuenta las profundas desafecciones que generan con su modo de hacer entre aquellos a quienes deberían representar. Pero, por otra parte, plantean un desafío profundo sobre la realidad económica existente, postulando una transformación que solo se puede hacer desde la política y por procedimientos democráticos.

Las dos realidades objeto de denuncia por parte del movimiento 15-m apuntan al corazón de nuestro sistema económico y político actual, mostrando cualquier cosa menos una actitud de resignación: exigen cambiar cosas que no pueden seguir así. Y de eso trata, precisamente, o debería de tratar, una campaña electoral. Pero los candidatos parecen no darse por aludidos. ¿Y ustedes?

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