(Público.es, 14/10/2012)
Esther Vivas - Periodista y activista
La crisis alimentaria azota el mundo. Se trata de una crisis
silenciosa, sin grandes titulares, que no interesa ni al Banco Central
Europeo, ni al Fondo Monetario Internacional, ni a la Comisión Europea,
pero que afecta a 870 millones de personas, que pasan hambre, según
indica el informe ‘El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo
2012′, presentado esta semana por la Organización de las Naciones Unidas
para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
El hambre, creemos, cae muy lejos de nuestros confortables sofás.
Poco tiene que ver, pensamos, con la crisis económica que nos afecta. La
realidad, pero, es bien distinta. Cada vez son más las personas que
pasan hambre en el Norte. Obviamente no se trata de la hambruna que
afecta a países de África u otros, pero consiste en la imposibilidad de
ingerir las calorías y proteínas mínimas necesarias, y esto tiene
consecuencias sobre nuestra salud y nuestras vidas.
Desde hace años nos llegan las terribles cifras del hambre en Estados
Unidos: 49 millones de personas, un 16% de las familias, según datos
del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, que incluyen a
más de 16 millones de niñas y niños. Números a los que el escritor y
fotógrafo David Bacon pone rostro en su trabajo ‘Hungry By The Numbers‘ (Famélicos segun las estadísticas). Las caras del hambre en el país más rico del mundo.
En el Estado español, el hambre se ha convertido, también, en una
realidad tangible. Sin trabajo, sin sueldo, sin casa y sin comida. Así
se han encontrado muchísimas personas golpeadas por la crisis. Según
datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2009, se calculaba que
más de millón de individuos tenían dificultades para consumir lo mínimo
necesario. Hoy la situación, aún sin cifras, es mucho peor. Las
entidades sociales están desbordadas, y en los últimos dos años se han
duplicado las demandas de ayuda por falta de alimentos, compra de
medicinas, etc. Y según informa la organización Save the Children, con
cifras de un 25% de pobreza infantil, cada vez son más las niñas y niños
que sólo realizan una comida al día, en el comedor escolar y gracias a
becas, debido a las dificultades económicas que enfrentan sus familias.
Así no es de extrañar que incluso el prestigioso periódico
estadounidense The New York Times publicara, en septiembre 2012, una
galería fotográfica de Samuel Aranda, ganador del World Press Photo
2011, que bajo el título ‘In Spain, austerity and hunger‘
(En España, austeridad y hambre) retrataba las consecuencias dramáticas
de la crisis para miles de personas: hambre, pobreza, deshaucios, paro…
pero también lucha y movilización. Y es que el Estado español cuenta
con las tasas de pobreza más elevadas de toda Europa, sólo por detrás de
Rumanía y Letonia, según recoge un informe de la Fundación Foessa. Una
realidad que se impone hacia a fuera a pesar de que algunos la quieren
silenciar.
La crisis económica, por otro lado, está íntimamente ligada a la
crisis alimentaria. Los mismos que nos condujeron a la crisis de las
hipotecas subprime, que dio lugar al estallido de la “gran
crisis” allá en septiembre del 2008, son lo que ahora especulan con las
materias primas alimentarias (arroz, maíz, trigo, soja…), generando un
aumento muy importante de sus precios y convirtiéndolos en inaccesibles
para amplias capas de la población, especialmente en los países del Sur.
Fondos de inversión, compañías de seguros, bancos… compran y venden
dichos productos en los mercados de futuros con el único fin de
especular con los mismos y hacer negocio. Qué hay más seguro que la
comida para invertir, si todos, se supone, tenemos que comer cada día.
En Alemania, el Deutsche Bank anunciaba ganancias fáciles si se
invertía en productos agrícolas en auge. Negocios similares proponía
otro de los principales bancos europeos, el BNP Paribas. El Barclays
Bank ingresaba, en 2010 y 2011, casi 900 millones de dólares a costa de
especular con la comida, según datos del World Development Movement. Y
no tenemos porque ir tan lejos. Catalunya Caixa ofrecía a sus clientes
jugosos beneficios económicos a costa de invertir en materias primas
bajo el eslogan: “depósito 100% natural”. Y el Banco Sabadell contaba
con un fondo especulativo que operaba con alimentos.
El hambre, a pesar de lo que nos digan, no tiene tanto que ver con
sequías, conflictos bélicos, etc., sino con quienes controlan y dictan
las políticas agrícolas y alimentarias y en manos de quienes están los
recursos naturales (agua, tierra, semillas…). El monopolio del actual
sistema agroalimentario, por parte de un puñado de multinacionales, con
el apoyo de gobiernos e instituciones internacionales, impone un modelo
de producción, distribución y consumo de alimentos al servicio de los
intereses del capital. Se trata de un sistema que genera hambre, pérdida
de agrodiversidad, empobrecimiento campesino, cambio climático… y donde
se antepone el lucro económico de unos pocos a las necesidades
alimentarias de una gran mayoría.
‘Los juegos del hambre’ era el título de una película de ficción
dirigida por Gary Ross, basada en el best-seller de Suzanne Collins,
donde unos jóvenes, en representación de sus comunidades, tenían que
enfrentarse a vida o muerte para conseguir ganar y obtener, así, el
triunfo: comida, bienes y regalos para el resto de su vida. A veces la
realidad no dista tanto de la ficción. Hoy algunos “juegan” con el
hambre para ganar dinero.
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