NO TENEMOS DERECHO

(Hordago, 9/02/2013)
 

Javier Echeverría / Iñaki Arzoz / Felipe Martín – ATTAC Navarra

En las redes sociales aparecía estos días una de esas frases filosóficas que pululan por ellas. Decía: "Un derecho no es lo que alguien te debe dar, un derecho es lo que nadie te debe quitar". Hace reflexionar sobre la diferencia tan grande que hay entre lo que debería ser y lo que realmente es hoy. Y también da pie a pensar que, sin embargo, en la sociedad actual hay unas cuantas cosas a las que no deberíamos tener derecho.

Creemos que no tenemos derecho a no abrir los ojos del alma para darnos cuenta de que seis millones de personas en paro en el Estado o 56.000 en Navarra es una tragedia. Que casi dos millones de hogares con todos sus miembros en paro es algo que no deberíamos tolerar. Que un desempleo juvenil por encima del 55 por ciento supone comprar todos los boletos para que nos toque lo que algunos están llamando ya "una generación perdida".

No tenemos derecho a no querer ver la sociedad infernal a la que nos están conduciendo. Y nosotros lo estamos tolerando. Una sociedad cada vez más desigual, cada vez más pobre, cada vez más dictatorial.

No queremos ver que, cuando hablan de "brotes verdes" se están refiriendo a una salida a la situación actual que nos aboca a una sociedad con sueldos míseros para la inmensa mayoría, trabajo precario y enfocada a un crecimiento económico suicida. Como dice Antonio Turiel, de ATTAC, para hacernos ver la irracionalidad de ese enfoque, "con un crecimiento del 2,8 por ciento anual del PIB (en estos momentos tenemos un crecimiento medio mundial superior al 3 por ciento anual a pesar de esta enorme crisis) nos encontramos que las cosas se duplican cada 25 años, se multiplican por 4 cada 50 y por 16 cada siglo". ¿Nos imaginamos una sociedad en la que los bienes y servicios fueran 16 veces las que tenemos hoy? ¿16 veces más coches, 16 veces más carreteras, 16 veces más consumo de petróleo, 16 veces más turistas, 16 veces más casas…? No tenemos derecho a no querer percatarnos de a dónde nos dirigimos.

Tampoco tenemos derecho a no darnos cuenta de que, en la situación y perspectiva actuales, no hay más salida racional y humana que plantar cara a los poderes económicos y a los políticos a su servicio, unos y otros enfangados hasta las cejas en la corrupción, bien como corruptores o bien como corruptos, y en la especulación, que no deja de ser otra forma de apropiarse de la riqueza que nos pertenece. Y también de nuestros derechos, ya sean económicos, sociales, políticos o culturales. Nos los están robando y apenas hacemos unas pocas movilizaciones defensivas.

Y si tenemos que plantarnos ya, no hay derecho a que no pongamos los medios para ello desde ahora mismo. Hay que salir a la calle porque nuestro poder real está en la calle. ¿En dónde si no? Y para eso nos tenemos que dar cuenta de que no tenemos la herramienta política que necesitamos y que es muy urgente que la construyamos.

Cada vez hay más voces y discursos que, desde distintas sensibilidades, predican la unidad entre los movimientos y organizaciones de todo tipo que deseamos un cambio social profundo, no simples maquillajes. Cada vez parece que hay más gente que ve la urgencia de construir esa unidad para lograr cuanto antes una mayoría social que lo haga posible. Y sin embargo, aquí seguimos, esperando a que todo eso nos caiga del cielo. O recelando de otras fuerzas u organizaciones con las que nos deberíamos unir. O buscando excusas en viejas heridas. O en algunos aspectos que nos separan, aunque sean importantes. O en las dificultades que sin duda se van a presentar en el proceso de la construcción de la unidad y también después. O en sectarismos, protagonismos o purismos que deberíamos tener superados. O, peor aún, en cálculos electorales que, aunque legítimos, en la situación actual resultan, digámoslo claro, cuando menos mezquinos. Si nos damos cuenta de la gravedad de la situación y de la urgente necesidad de nuestra respuesta y seguimos parados con cualquiera de los pretextos, preferimos no calificar nuestra actitud. Y si todavía no nos percatamos, somos unos irresponsables. ¡No tenemos derecho!

Sabemos que tenemos una coincidencia muy elevada en el campo socioeconómico. Sabemos que todos queremos una profundización democrática. Somos conscientes de que todos los contenciosos sociales, económicos, ecológicos o políticos se deben resolver democráticamente, también el contencioso nacional. ¿Por qué entonces no nos ponemos manos a la obra ¡ya! para ver todo lo que tenemos en común y plasmarlo en un programa que sirva de referencia para la movilización, para orientar la contienda electoral y, en definitiva, para conseguir cuanto antes esa mayoría social que necesitamos? ¿No tenemos claro todavía que ninguna de las fuerzas que están por el cambio social aquí y ahora puede lograrlo sola? ¿Aún hay quien no ve que necesitamos unir todo lo unible en torno a un programa de cambio profundo, es decir, movimientos y organizaciones sociales, partidos y sindicatos, muchas personas que están esperando a que nos decidamos de una vez, y que de lo contrario no lo conseguiremos?

Si nos damos cuenta de todo esto y no nos ponemos manos a la obra desde ahora mismo, seremos nosotros tan responsables como quienes nos han abocado a esta situación y nos conducen, a nosotras y a las generaciones que nos siguen, a un desastre cada vez menos reversible.

¡No tenemos derecho a no intentarlo desde ahora mismo!

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