POSTCONSUMISMO

(Nueva Tribuna,  28/02/2012)

Félix Taberna
 
A estas alturas de la crisis, podemos convenir que no sólo estamos en una etapa cíclica de la economía sino también ante un cambio de modelo. Desde mi punto de vista, las cosas no volverán a ser como antes. La crisis, todavía en plena intensidad, ha trastocado muchas órdenes de la sociedad cuyas formas, estilo y modos no volverán a resurgir. En ese nuevo cambio de modelo social una de las claves será como consumiremos. El consumo no sólo es una parte sustantiva de la economía sino un elemento principal de nuestro sistema de valores, de nuestra cultura. Podríamos decir que somos lo que consumimos. Se convierte en un estigma que categoriza a grupos sociales.

Las pautas de consumo tienen además de un comportamiento cultural, un fuerte componente sicológico colectivo. De tal manera, que cuando la economía se encontraba floreciente, allá por los felices años de principio de siglo, las tasas de ahorro eran prácticamente nulas. Cuando más generación de renta de trabajo se producía, menos ahorro se daba y más deuda se producía. A la sociedad moderna se le tildó de consumista acentuando su elemento más diferenciador. Llegó la crisis y la pauta de consumo cambió radicalmente, las personas empezaron ahorrar desaforadamente, dado que el miedo colectivo a empeorar les hizo retraerse. En estos momentos, tras más de cinco años de crisis las tasas de ahorro son ya prácticamente inexistentes dado que las familias no tienen capacidad de ahorro.

En estos momentos, cabe preguntarse cuál será el comportamiento que desarrollemos ante el consumo después de la crisis económica. Parece ser que algunos indicadores económicos vislumbran brotes verdes (green shoots), allá por el segundo semestre de este año. Ojala fuera así. ¿Volveremos a reproducir las mismas pautas masivas de consumo? O, por el contrario ¿Nuestra pauta de consumo será equilibrada con respecto a nuestras necesidades? ¿Alumbraremos una nueva sociedad postconsumista?

Cómo los sociólogos no somos adivinos no puedo responder a estas cuestiones, aunque sí que puedo tomar posición. Y en mi caso, considero que no deberíamos reproducir esas bacanales de consumo; por mucho, que al sistema productivo resultante le sea útil. Entiendo la austeridad como un principio ético que se resume en la renuncia de lo superfluo. Por ello, me sabe a cuerno quemado que el concepto de austeridad sea secuestrado por los ideólogos de la economía liberal como regla ortodoxa que permite ajustes de gasto desproporcionados. El concepto de austeridad era, antes de la crisis, una excentricidad (fuera de la centralidad) de colectivos ecologistas o humanistas. Ahora se ha convertido en la nueva adoración de los gestores de las políticas públicas. Soy un persona convencida de que la austeridad es uno de los principios que deben regir el buen gobierno, gobernanza, pero siempre desde la idea de que es renuncia a lo superfluo, no renuncia a lo necesario.

En definitiva, nos encontramos ante una perspectiva de nuevo modelo; desde el concepto clásico de que la crisis como aquello donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no empieza a nacer. Es, en estos momentos, de cambio donde las idas, la ideología, se deben reforzar. En cuanto a valores, estamos en tierra de nadie y es preciso que éstos se expliciten, se defiendan y por qué no, se encarnen en comportamientos ejemplares. Entre ellos, la austeridad y la cohesión social. La austeridad es una pauta que debe ser incorporada en el campo del pensamiento de la izquierda. En todos los planos. En el plano privado como comportamiento ético; en el plano público como rector de política pública. Del mismo modo, la cohesión y solidaridad social desde mecanismos de reparto de la riqueza y del trabajo es otro principio que no debe perderse por el camino de la crisis. Porque si no hay mal que mil años dure, a veces la humanidad tropieza dos veces en la misma piedra.

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