(El Periscopio, 25/02/2012)
Después de cuatro años, el diario Público cierra. Una víctima más de la crisis del periodismo, hija de la Gran Depresión que -a todos los niveles-, nos está tocando vivir. Deja un kiosco en el que dominan las publicaciones reaccionarias, muy crecidas tras la mayoría absolutísima del Partido Popular. El adiós de Fontdevila...
Ya sé que hoy es día de lamentar el daño a la pluralidad informativa,
la pérdida de una voz crítica, la orfandad de tantos lectores o el
hueco que queda en el lado izquierdo del kiosco cuando más falta hace
tenerlo cubierto, en tiempos de ofensiva reaccionaria. Pero me
permitirán que no gaste mi última columna en repetir tópicos, pues
ninguno de ellos ha salvado el periódico, ni tampoco han sido esos
lugares comunes y afectados los que han hecho posible que el diario esté
en la calle cuatro años y medio.
Yo prefiero despedirme de esta columna con un reconocimiento a todos
los que sí han mantenido en pie este periódico un día y otro durante
estos años: los trabajadores de Público. Los compañeros
periodistas, los compañeros de administración, así como los compañeros
colaboradores, fotógrafos, dibujantes, articulistas. Si Público
ha sido esa voz crítica que desde hoy echaremos de menos, ha sido por
el trabajo de quienes hoy se quedan sin trabajo, y de los que han pasado
por aquí en algún momento desde 2007.
Ni la independencia, ni la voz crítica, ni la libertad ni la valentía
surgen espontáneamente por fundar una cabecera, ni aparecen de la nada
porque así lo quiera la empresa o porque figuren en una declaración de
principios. Hay que pelearlos día a día, dejándose horas, esfuerzo,
nervios y no poca salud, atreviéndose a mirar donde otros no miran y a
preguntar donde otros asienten; hay que dar la cara como la han dado
todos estos trabajadores hasta el último día, incluidos estos dos
últimos meses tan difíciles en que mantuvieron el periódico vivo,
independiente, crítico, libre y valiente pese a la incertidumbre con que
iban cada día a la redacción, pese a no cobrar durante semanas, pese a
sentirse defraudados, y con razón.
Ya sé que el mundo no se acaba y, aunque no será fácil, todos nos
buscaremos la vida, otro sitio donde seguir escribiendo, aquí o en
Laponia. Seguramente costará mucho encontrar la libertad que aquí hemos
tenido, pero la seguiremos peleando donde nos dejen.
Pero aunque sea un día negro, más de rabia que de tristeza, me
resisto a pensar que ha sido en vano, que todo se perderá a la velocidad
en que amarilleará el papel del último ejemplar de hoy. Estoy seguro de
que Público deja huella, que no hemos fracasado, que todo este
esfuerzo no ha sido inútil, y vendrán otros que usen esas huellas para
continuar, para averiguar hasta dónde se puede llegar.
Hoy, además de lamentar lo que se pierde, toca seguir comprometidos
con el periódico, también los lectores, para exigir que la salida de sus
trabajadores sea en las mejores condiciones posibles, pues todo será
poco para lo que merecen.
Otro día, si quieren, discutimos sobre qué hay que hacer (y qué no
hay que hacer) para tener un medio crítico, y qué lecciones hay que
aprender de Público. Hoy, como comprenderán, no tengo humor para ello.
Gracias, un fuerte abrazo y hasta pronto.
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